miércoles, 18 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 45

Pedro sentía que había algo más detrás de sus palabras. Algo les pasaba a los Chaves con la Navidad. Se fijó en que, aunque Laura y las niñas cantaban alegremente, los hermanos de Paula se mostraban tan reticentes como ella. El jefe de policía y el de bomberos a veces cantaban alguna estrofa suelta, y Paula tarareaba de vez en cuando, pero ninguno se mostraba entusiasmado con las canciones. En alguna ocasión a lo largo de la velada había notado cierto aire de tristeza en la familia. Pensó en la preciosa obra de arte colgada en el comedor y recordó que los Chaves se habían retraído cuando había preguntado por el artista. Su madre. ¿Qué le habría pasado? Y era evidente que el padre tampoco estaba. Sintió curiosidad, pero no supo cómo preguntar.  La luna asomó por detrás de una nube y, bajo la luz de la luna, Paula le pareció increíblemente hermosa, con esos rasgos tan delicados y esa boca tan deseable. No había dejado de pensar en aquel beso en todo el día, porque en realidad no entendía qué había pasado. No era de los que robaban un beso a una mujer hermosa, y menos guiado por un impulso así. Pero no había podido resistirse. Mientras la rodeaba con los brazos, la había deseado, claro, pero también había sentido algo más, una ternura completamente inesperada. Le parecía que ella utilizaba su personalidad puntillosa a modo de defensa contra el mundo, para mantener alejadas posibles amenazas antes de que pudieran acercarse demasiado. Recordó las palabras hirientes que les había dicho a sus cuñadas justo cuando él había entrado en la cocina. ¿Por qué no habría vuelto a salir sin que ninguna de ellas se diera cuenta de su presencia? Debería haberlo hecho. Habría sido lo correcto, pero algo le había instado a provocarla, a dejarle saber que no se libraría de él tan fácilmente. Paula se había disculpado, había dicho que no hablaba en serio. ¿Por qué entonces lo había dicho? Se ponía nerviosa con él.

Pedro había observado durante la cena que Paula era simpática y amable con todos, pero a él le ignoraba. Era una situación incómoda y no sabía cómo sentirse. Igual que no sabía cómo enfrentarse a la atracción que sentía por ella. A veces deseaba retirarse a su vida de viudo y padre soltero. Pero en cambio, otras veces ella le recordaba que, bajo esos papeles, seguía siendo un hombre. Nadia llevaba muerta dos años. Siempre lamentaría su pérdida. En cierto modo, se había acomodado en la pena. El traslado a Idaho lo había sacudido todo. Al aceptar el trabajo, pretendía crear una nueva vida para los niños, lejos de ciertas influencias que consideraba dañinas. Nunca imaginó sentirse atraído por una mujer preciosa con secretos y tristeza en los ojos. Era evidente que a Paula le gustaban los niños y se le daban bien. ¿Por qué no tendría un marido y varios hijos? No era asunto suyo. Su perro era paciente suyo y él estaba temporalmente alquilado en el rancho, pero ahí era donde acababa su relación. Sería idiota si buscara algo más. Eso no le impedía ser consciente de ella cada vez que el movimiento del carro hacía que sus hombros se chocaran.

—Brrr. Tengo frío —dijo Sofía.

—Yo también —respondió Paula—. Pero mira. Federico ya nos lleva a casa.

Ben miró a su alrededor. Era cierto, su hermano tenía el recorrido muy pensado.

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