miércoles, 4 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 15

Valentina frunció el ceño, pero no tuvo respuesta para eso. Por suerte, dejó pasar el tema y se limitó a quedarse callada y con mala cara. Pedro tenía la impresión de que su hija iba a volverle loco antes de que terminase la pubertad. Poco tiempo más tarde, se desvió por una carretera secundaria con un arco de madera encima en el que se leía Rancho River Bow. A los lados de la carretera había pinos y álamos. Aunque la carretera estaba despejada de nieve, agradecía la tracción a las cuatro ruedas de su coche a medida que avanzaba colina arriba hacia el edificio principal del rancho, que ya podía ver a lo lejos. No lejos de la casa, el camino se bifurcaba. Entonces vió una casa de madera más pequeña con dos pequeños aleros sobre el porche de la entrada. No pudo evitar pensar que parecía algo sacado de una de las felicitaciones navideñas que había recibido la clínica; una encantadora casita rodeada de pinos cubiertos de nieve.

—¿Podremos montar a caballo mientras estemos aquí? —preguntó Franco al ver a los seis o siete caballos que se encontraban en la nieve comiendo alfalfa.

—Probablemente no. Solo vamos a alquilar la casa, no el rancho entero.

Valentina también miró por la ventanilla hacia los caballos, y Pedro se dió cuenta del súbito brillo en su mirada. A su hija le encantaban los caballos, como a casi todas las niñas de nueve años. Pero ni siquiera eso fue suficiente.

—Has dicho que solo íbamos a echarle un vistazo y que, si no nos gustaba, no tendríamos que quedarnos —dijo con tono de reproche.

—Sí. Es lo que he dicho.

—A mí me gusta —comentó Franco—. Tienen perros, caballos y vacas.

Un par de collies muy parecidos al que se encontraba descansando en su clínica en esos instantes los miraron desde el porche de la casa principal cuando aparcó enfrente. En ese momento se abrió la puerta y apareció Paula Chaves, que bajó los escalones del porche mientras se ponía un abrigo. Llevaba el pelo recogido en una trenza que le caía por la espalda, y en lo alto de la cabeza un sombrero vaquero. Parecía dulce y sencilla, pero él sabía que la realidad de Paula era más complicada de lo que dejaba ver su apariencia. Abrió su puerta y salió del coche al verla acercarse al vehículo.

—La casa es por allí —dijo ella señalando hacia la pequeña casita entre los árboles—. ¿Por qué no se acerca más con el coche para no tener que ir atravesando la nieve? Federico ha quitado la nieve esta mañana con el tractor, así que no debería tener ningún problema. Yo le veré allí.

—¿Por qué? —preguntó él, rodeó el coche y abrió la puerta del copiloto—. Entra. Podemos ir juntos.

Por alguna razón, Paula no parecía convencida con la idea, pero, tras una breve pausa, se acercó a él y entró en el coche. Pedro cerró la puerta tras ella antes de que pudiera cambiar de opinión. Lo primero que notó al ponerse de nuevo tras el volante fue su aroma, que inundaba el interior. Aunque era un día frío y nublado de diciembre, su coche de pronto empezó a oler a vainilla y a flores silvestres. Sintió un deseo completamente inapropiado de inhalar ese aroma hasta el fondo, de quedarse allí sentado, con sus hijos en el asiento de atrás, y saborear, sin más, la dulzura. «Contrólate, Alfonso», se dijo a sí mismo. Olía bien, ¿y qué? Podría ir a cualquier perfumería del pueblo y probablemente experimentaría la misma sensación. Aun así, de pronto se alegró de que su casa fuese a estar lista en cuestión de semanas. Si pasaba allí mucho tiempo más, sospechaba que acabaría sintiendo algo serio por aquella mujer puntillosa que olía a jardín salvaje.

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