lunes, 23 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 54

Le parecía uno de los pequeños milagros de la vida que, a pesar del cansancio, siempre encontraba fuerzas cuando se reunía con sus hijos al final del día, incluso aunque Valentina estuviese de mal humor.

—¿Qué tal tu día, colega?

—¡Genial! He ayudado a dar de comer a los caballos y he jugado con los gatitos. ¿Y sabes qué? No tengo que volver a clase hasta el año que viene.

—Es verdad. Último día de clase y ahora las vacaciones de Navidad.

—¡Y Papá Noel viene dentro de tres días!

Tenía tantas cosas que hacer hasta entonces que no quería ni pensarlo.

—Estoy deseándolo —mintió.

Mientras hablaba, Pedro fue consciente de lo que Franco habría llamado «una perturbación en la Fuerza». Sintió a Paula acercarse incluso antes de verla.

—¡Hola! Me parecía haber oído el timbre.

Llevaba un delantal blanco y tenía un poco de harina en la mejilla.

—Siento llegar un poco más tarde de lo que te dije por teléfono —respondió él.

—No hay problema. Lo estábamos pasando bien, ¿Verdad, Franco?

—Sí. Estamos haciendo pizza y me ha dejado poner el queso.

El estómago volvió a rugirle y se dió cuenta de que no había tenido tiempo para comer.

—Huele muy bien.

—¿Podemos quedarnos y comer un poco? —preguntó Franco dándole la mano—. ¡Por favor, papá!

Pedro miró a Paula, avergonzado por que su hijo ofreciera invitaciones a comerse la cena de otra persona.

—Me parece que no. Ya hemos molestado demasiado a los Chaves. Tendremos algo para cenar en casa.

—¡Claro que se quedan! —exclamó Paula—. Contaba con ello.

—Ya nos estás haciendo demasiados favores dejando que los niños se queden contigo. No espero que también les des de comer.

—Acabo de hacer masa para pizza como para alimentar a todo el pueblo. Puedes quedarte unos minutos y comerte una porción o dos, ¿No? —dijo ella.

—Si de verdad no te importa, sería fantástico. Huele muy bien.

—Voy a ser una pésima anfitriona y a pedirte que cuelgues tu propio abrigo porque tengo las manos cubiertas de harina. Después puedes venir a la cocina.

Sin esperar una respuesta, se dió la vuelta y se alejó por el pasillo seguida de Franco. Tras una pausa, Pedro se quitó el abrigo y lo colgó junto a los de sus hijos en el perchero que había en un rincón. Esperaba encontrar a una multitud de niños cuando entró en la cocina, pero Paula estaba sola.

—Los niños están preparándose para ver un programa navideño en la otra habitación. Puedes ir con ellos mientras termino de preparar esto.

Debería hacerlo. Cualquier hombre sabio escaparía, pero no quería dejarla sola con todo el trabajo.

—¿Hay algo que pueda hacer aquí para ayudarte?

—Eres un hombre valiente, Pedro Alfonso—contestó ella con una sonrisa y sorpresa en la mirada—. Claro. Tengo una pizza de queso en el horno. Dame un minuto para estirar otra masa y podrás poner tú los ingredientes.

Pedro se lavó las manos mientras escuchaba el inicio de un especial navideño que él mismo veía en casa de sus abuelos cuando era niño.  Le resultaba agradable que sus hijos disfrutaran con las mismas cosas que le habían hecho sentir bien a él.

—¿Quieres beber algo? No solemos tener mucho en casa, pero probablemente tenga una cerveza.

—¿Qué bebes tú?

—Con la pizza me gusta la zarzaparrilla. Siempre ha sido una tradición familiar y no me la he conseguido quitar. Es una tontería, ¿Verdad?

—Me parece agradable. La zarzaparrilla suena bien, pero puedo esperar a que la pizza esté terminada.

—¿Qué me dices de tí? —preguntó Paula mientras daba forma a la masa—. ¿Hay alguna tradición en la cocina de la familia Alfonso?

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