miércoles, 11 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 29

Se rodeó a sí misma con los brazos. Sabía que le traería problemas. Lo sabía. No debería haberle sugerido que se mudara a la casa del capataz. Si hubiera utilizado el cerebro, habría podido predecir que haría alguna estupidez, como encapricharse de la manera más vergonzosa e incómoda. Ella pasaba casi todos sus días en el rancho, rodeada de sus hermanos y algunos empleados, la mayoría de los cuales eran muchachos recién salidos del instituto o veteranos que ya estaban casados o no despertaban su interés. El rancho era seguro. Siempre había sido su refugio frente a la dureza del mundo. Ahora había estropeado eso al invitar a un hombre tentador a instalarse temporalmente en su zona de confort. Aquel hombre sabía besar bien. Eso no podía negarlo. Se llevó una mano al estómago, que seguía revuelto por los nervios. La última vez que le habían dado un beso así había sido… bueno, nunca. No volvería a suceder. Ninguno de los dos deseaba aquello. No tenía más que recordar la consternación de su mirada al recuperar el sentido. Probablemente aún estuviese llorando la pérdida de su esposa. Y ella… bueno, ella se había dicho a sí misma que no buscaba una relación, que se sentía satisfecha ayudando a Federico con Abril y entrenando a sus perros y a algún caballo. Por primera vez en mucho tiempo, empezaba a preguntarse qué otras cosas habría en el mundo, esperando.

—Creo que ya se siente mejor, ¿Verdad?

Paula apartó la mirada de la masa que estaba preparando y miró a su sobrina, que estaba sentada con las piernas cruzadas junto a la manta de Luca. Tenía la cabeza del perro en su regazo y el animal la miraba con adoración.

—Sí. Eso creo. Parece más feliz que hace unas pocas horas.

—Me alegro. Ya pensé que era perro muerto cuando ví al viejo Festus ir tras él.

—Espero que te sirva como recordatorio de lo peligrosos que pueden ser los toros. Podrías haber sido tú. No quiero que te acerques a Festus ni a ninguno de los demás toros. Normalmente son tranquilos, incluso Festus, pero nunca se sabe.

—Lo sé. Lo sé. Papá y tú me lo han dicho como un millón de veces. Ya no soy una niña pequeña, tía Pau. Soy lo suficientemente lista para saber que no debo acercarme.

—Bien. El rancho puede ser un lugar peligroso. Nunca debes bajar la guardia. Incluso una de las vacas podría pisotearte si perdieras el equilibrio.

—Es un milagro que haya sobrevivido hasta cumplir los once años, ¿verdad?

—Muy graciosa —respondió Paula—. No puedes culparnos a tu padre y a mí por preocuparnos por tí. Solo queremos que estés a salvo.

—¿Qué va a pasar con Luca? Ya no podrás entrenarle para que sea un perro pastor, ¿Verdad?

Incluso sin las lesiones, sospechaba que Luca siempre se mostraría nervioso con el ganado. ¿Cómo podía culparle si a ella le pasaba lo mismo en cierto sentido? No tenía miedo al ganado. Sus miedos eran de otro tipo. Cuando llegaba aquella época del año, el corazón se le aceleraba un poco siempre que llamaban a la puerta, incluso aunque estuvieran esperando visita. El recuerdo de aquella noche formaba parte de ella igual que las pecas de su nariz o la cicatriz que tenía en la ceja izquierda, de cuando se clavó una horca a los ocho años.

—Aún no sé qué pasará con Luca —respondió al fin mientras hacía una pequeña bola de masa y la colocaba en la bandeja—. Supongo que, de ahora en adelante, será simplemente una mascota.

—¿En el River Bow?

—Claro. ¿Por qué no? —tenían muchos perros y no necesitaban otro solo como mascota. Sami, que era demasiado mayor para trabajar, ocupaba ese papel, pero suponía que podrían hacer hueco para uno más.

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