viernes, 28 de febrero de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 5

Pedro aplicó el último punto para cerrar la herida y notó el dolor de cabeza y la rigidez en los hombros después de un día muy largo de trabajo que había empezado con una llamada de emergencia para tratar a un caballo enfermo a las cuatro de la mañana. Le hubiera encantado pasar la noche con sus hijos y después pasar unas horas viendo el baloncesto en la televisión del hotel. Incluso, aunque tuviera que poner bajo el volumen para no despertar a Franco, la idea le resultaba apetecible. La última semana había sido dura y ajetreada. Aunque se recordó a sí mismo que aquello era lo que deseaba. A pesar de que el trabajo fuese pesado, por fin tenía la oportunidad de construir su propia clínica, de establecer nuevas relaciones y de formar parte de una comunidad.

—Ya está. Eso debería bastar por ahora.

—Qué desastre. Tras ver lo cercana al hígado que era la incisión, no puedo creer que haya sobrevivido —comentó Josefina.

Paula no quería admitir delante de su ayudante que el estado del perro seguía siendo  delicado.

—Creo que lo conseguirá —continuó ella, siempre optimista—. No como el pobre Terranova de antes.

Recordó su frustración de aquella tarde mientras empezaba a vendar la herida. Había sido una tragedia. El hermoso perro había saltado de la parte de atrás de una camioneta en marcha y había sido atropellado por el coche que iba detrás. Ese perro no había tenido tanta suerte como Luca. Sus lesiones eran muy graves y había muerto en aquella misma mesa. Lo que realmente le había molestado era la actitud del dueño, más preocupado por la pérdida del dinero que había invertido en el animal que por la pérdida del mismo.

—Ninguno de los accidentes habría tenido lugar de no haber sido por la irresponsabilidad de los dueños.

Josefina, que se encontraba limpiando el desastre que quedaba siempre después de una intervención, lo miró algo sorprendida por su vehemencia.

—Estoy de acuerdo en el caso de Ariel Palmer. Es un idiota al que no debería permitírsele tener animales. Pero no es el caso de Paula Chaves. Es la última a la que yo llamaría una dueña irresponsable. Entrena a perros y a caballos en el rancho River Bow. Nadie de por aquí lo hace mejor que ella.

—Pues a este no le ha entrenado muy bien, ¿No? Si ha salido corriendo y se ha encontrado con un toro.

—Parece que no.

Pedro se dió la vuelta al oír la nueva voz y encontró a la dueña del perro de pie en la puerta. Él maldijo para sus adentros. Pensaba lo que decía, pero no hacía falta decírselo a ella a la cara.

—Creí haberle sugerido que esperase en la otra habitación.

—¿Sugerido? ¿Así llaman a eso los veterinarios de ciudad? —se encogió de hombros—. A mí no se me da muy bien hacer lo que me dicen, doctor Alfonso.

En algún momento mientras curaba a su perro, Pedro se había dado cuenta de que había actuado como un imbécil con ella. Nunca insistía en que los dueños esperasen fuera de la consulta, a no ser que pensara que pudieran ser sensibles. ¿Por qué entonces había cambiado su política con Paula Chaves? Algo en ella le ponía un poco nervioso. No sabía qué era, pero podría tener algo que ver con aquellos ojos de un verde imposible y la dulce inclinación de su boca.

—Acabamos de terminar. Iba a llamarla.

—Entonces, me alegro de haber desobedecido su sugerencia. ¿Puedo?

Él le hizo un gesto para que pasara y ella se acercó a la mesa, donde el perro seguía tumbado bajo los efectos de la anestesia.

—Aquí está mi chico. Oh, Luca —le acarició la cabeza al animal y este abrió levemente los ojos antes de volver a cerrarlos.

—Tardará al menos media hora más hasta que se le pase el efecto de la anestesia, y después tendremos que dejarlo aquí, al menos esta noche.

—¿Alguien se quedará con él?

En su clínica de San José, un técnico y él solían turnarse cada pocas horas durante la noche cuando tenían perros muy enfermos ingresados, pero todavía no había tenido tiempo de contratar al personal suficiente.

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