viernes, 14 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 46

En ese momento, algo en su corazón empezó a derretirse. El ruido del restaurante desapareció, como si estuviera sola… y, de repente, no podía respirar. Estaba enamorándose de Pedro Alfonso, el hombre que se tomaba su tiempo para hablar con una niña asustada y dejaba esperando al alcalde. ¿Cómo podía ser tan tonta? Pedro era policía… el jefe de policía ni más ni menos. Si supiera quién era ella en realidad no querría volver a verla. Debería haber mantenido las distancias como era su intención y desanimar cualquier intento de entablar una amistad porque sabía lo que se jugaba. Como le había dicho a Gabi esa misma mañana, Pine Gulch era su hogar. Estaba intentando convalidar su título en Idaho y abrir su propio bufete en el pueblo… ¿Pero cómo iba a vivir allí cuando estaba enamorándose del sheriff?

—Oye, Paula, ¿Te importaría servirme otro café? —la llamó Jesica Redbear, regalándole una sonrisa desdentada.

La voz de Jesica interrumpió sus pensamientos y se dió cuenta de que estaba en medio del local, inmóvil, con la cafetera en la mano. Haciendo un esfuerzo, Paula se acercó intentando sonreír.

—Aquí tienes. Perdona, es que estaba un poco despistada.

—¿Todo bien, cariño? Estás un poco pálida —dijo Adrián Martínez.

—Estoy bien, de verdad —Paula intentó sonreír—. No puedo creer que esté nevando otra vez. ¿Es que aquí nunca deja de nevar?

—Sí, claro —respondió Jesica—. En julio y agosto apenas nieva.

—Ah, menos mal —dijo ella, dirigiéndose a la barra.

Se preocuparía de Pedro Alfonso y de sus inconvenientes sentimientos por él más tarde. Por el momento, tenía que trabajar y proteger su nido.

Mientras charlaba con el alcalde sobre la intersección entre Aspen Grove y Skyline Road, Pedro no podía dejar de mirar a Paula por el rabillo del ojo. Todo en ella le parecía fascinante, desde cómo se apartaba el pelo de la cara a cómo mordía el lápiz con el que tomaba los pedidos. Y él no era el único que la miraba. Era tan agradable que todos estaban pendientes de ella. Los viejos de Pine Gulch estaban completamente enamorados y, aunque tonteaban con ella sin descanso, a Paula no parecía importarle. En fin, imaginaba que las propinas la ayudarían a resolver sus problemas económicos.

Paula se acercó a la mesa entonces, aunque parecía evitar su mirada.

—¿Quiere más café, alcalde?

—No, gracias.

Por fin, Paula lo miró y en sus ojos vio un brillo de cansancio y algo más, algo que parecía… ¿Miedo?

—¿Qué vas a tomar, Pedro? —le preguntó, sacando el cuaderno del delantal.

—Lo de siempre, una tortilla de verduras y tortitas con nata.

—Ah, un hombre que sabe lo que quiere.

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