viernes, 7 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 35

—Nadie está enfadado, cariño —dijo Luciana—. Solo un poco preocupados. Tendrás que admitir que es muy raro.

—¿Alguien va a contarme lo que pasa? —insistió Pedro.

—No es nada importante —repitió Abril—. Solo que este año he pedido dinero en lugar de regalos. Jolín, parece como si hubiera robado un banco o algo así.

—¿Dinero para qué?

—Ahí está la cuestión —Federico dejó escapar un suspiro— que no quiere decírnoslo. Insiste en que es asunto suyo. No sé cómo un niño puede esperar que sus padres le den dinero sin saber para qué va a usarlo.

—¡No voy a comprar drogas ni nada malo! —exclamó Abril—. No voy a hacer nada malo con el dinero. Te lo juro, papá.

—Entonces, no deberías tener ningún problema en decirme para qué lo quieres —replicó Federico, mientras todos ocupaban sus puestos en la mesa—. ¿Cómo sé que no vas a tomar un autobús con destino a Hollywood?

La niña levantó los ojos al cielo.

—Tú sabes que yo no haría eso.

—¿Entonces?

—Tengo nueve años. A lo mejor prefiero gastarme el dinero como yo quiera.

Destry miraba su plato mientras hablaba, pero Trace vio que se había puesto colorada. Mentía fatal y todos lo sabían. Nunca podía mirar a los ojos cuando contaba una patraña y Federico le hizo un gesto, como si ser el sheriff de Pine Gulch lo convirtiese en un detector de mentiras.

—Recibes una cantidad de dinero todas las semanas, ¿No? Tal vez deberías pedirle a tu padre que aumentase la cantidad.

—Oye… —protestó su hermano.

—¿Para qué necesitas más dinero, Abril?

—Porque sí —insistió ella, con la testarudez que había heredado de su padre. Y de sus tíos y su tía también. Ninguno de los Alfonso tenía fama de echarse atrás en una discusión.

—Bueno, pues si lo que quieres es dinero, yo creo que eso es lo que deberías recibir.

Tal afirmación fue recibida con una mirada de agradecimiento por parte de Abril y una de reproche por parte de Luciana y Federico.

—A mí no me lo parece —dijo su hermano.

—¿Por qué no? Así será más fácil para todos nosotros. No tendremos que ir de compras, buscando el regalo perfecto para luego meter la pata. Como esos vaqueros con flores que alguien mencionó hace unos meses.

Por un segundo, vió un brillo de anhelo en los ojos de su sobrina, pero Abril enseguida apartó la mirada.

—Gracias, tío Pedro. ¿Se lo dirás al tío David?

—Se lo diré, sí. Pero ya sabes que a David le gusta ir de compras.

La niña sonrió.

—¿Puedo bendecir yo la mesa, papá?

Federico asintió con la cabeza.

—Pide que al tío David y al tío Pedro no les pase nada en el trabajo.

—Siempre lo hago —asintió Abril.

Y Pedro la miró con un nudo en la garganta.

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