viernes, 14 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 49

Después de morder una galleta le dió un trocito a Bobby, que el perro se tragó en un segundo, mirándolo como si esperase más. Pedro sabía que debería sentarse allí, comer las galletas y alejarse de su encantadora y peligrosa vecina. Pero lo consumía la curiosidad por saber qué tal le había ido a Gabi en el colegio.

—¿Te apetece ir a dar un paseo, Bobby?

El perro bostezó, plantando su cabeza sobre sus dos patas delanteras, y Pedro sacudió la cabeza, exasperado.

—Una pena porque nos vamos de paseo.

Después de ponerle la correa miró hacia la cocina. Necesitaba una excusa mejor para ir a su casa que pasear al perro y cuando vio la cesta sobre la encimera se le encendió la bombilla. Después de meter las galletas en una fiambrera, buscó uno de sus últimos frascos de la mermelada que Luciana y Abril habían hecho ese verano. Ellas sabían que era su favorita y cada año hacían una docena de frascos para él, pero no le importaba perder uno si así conseguía entrar en casa de Paula.

Cuando salió de la casa, Bobby empezó a animarse un poco y tiró de la correa, impaciente. Por suerte, había dejado de nevar. Aquel año iban a batir un récord para el mes de diciembre, pero los que tenían motos de nieve estaban pasándolo en grande. Cuando llegaron a la casa de Alfredo Chaves, Pedro vió que Paula no había cerrado las cortinas del salón. Estaba sentada en el sofá, con un libro sobre las rodillas y las luces del árbol encendidas.Tragó saliva, sintiendo un cosquilleo en el estómago. La deseaba, deseaba aquello. Todo aquello: una chimenea encendida en una fría noche de invierno, una casa cómoda y acogedora para pasar las navidades y, especialmente, una mujer encantadora esperándolo al final del día. No quería sentir eso, particularmente por una mujer que no confiaba en él y que lo apartaba a la menor oportunidad, pero temía que fuera demasiado tarde. Ella levantó la mirada del libro en ese preciso instante y sus ojos se encontraron a través del cristal de la ventana. Al verlo, pareció sorprendida, pero también algo más. Quería pensar que se alegraba, pero no podía estar seguro. Cuando llegó al porche, Paula ya había abierto la puerta.

—¡Pedro, entra! Hace un frío horrible.

—He venido con mi perro. ¿Te importa que entre con él?

—¿Tienes un perro?

—Bueno, siempre he supuesto que era un perro, aunque a veces parece un mutante.

Paula miró al bulldog con una sonrisa en los labios.

—Claro que puedes pasar.

—Gracias —dijo Pedro.

Una ola de calor lo envolvió al entrar en la casa. Olía a la resina del árbol, a galletas y a canela.

—Es un perro muy… interesante.

—En realidad, era de tu abuelo. Bobby, te presento a Paula.

El perro lanzó un gruñido y ella sonrió.

—¿Qué clase de perro es Bobby?

—El veterinario dice que es un bulldog francés mezclado con no se sabe qué.

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