miércoles, 19 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 57

—Lo siento, lo siento —se disculpó—. Le diré a Luis que les traiga otro plato ahora mismo. ¡Ay, Dios! ¿La he manchado?

Mientras intentaba limpiar una mancha del jersey de Alicia Sheffield, miraba con cara de terror a la mujer que acababa de entrar en el restaurante. ¿Quién era?, se preguntó Pedro. ¿Y qué tenía que ver con Paula? No era asunto suyo, se recordó a sí mismo, a menos que la mujer hubiese ido a crear problemas en el pueblo. Pero no pudo evitar levantarse para ayudarla.

—¿Necesitas que te eche una mano? —sin esperar respuesta, se inclinó a su lado y empezó a recoger los platos rotos.

—No, yo… tengo que decírselo a Luis.

Diana se acercó con una sonrisa en los labios.

—No te preocupes, cariño, no pasa nada. Luis ya ha puesto dos pechugas de pollo en el grill. Y al pastel de hoy invita la casa — dijo, mirando a las hermanas Sheffield.

—¿Qué tal un rollito de canela en lugar de pastel? —sugirió Alicia.

—Muy bien, como quiera.

—Si no sabe llevar una bandeja, deberían despedir a esa chica —oyó que murmuraba Alicia.

La palidez de Paula había sido reemplazada por un rubor violento mientras limpiaba el suelo.

—Puedo hacerlo sola.

—Y yo puedo ayudarte —dijo él—. ¿Todo bien?

Ella lo miró a los ojos, intentando demostrar que estaba calmada. Esa habilidad para esconder sus emociones era increíble, pensó. Aunque podía ver una sombra en sus ojos y se había dado cuenta de que no quería mirar a la mujer que acababa de entrar, con quien Diana estaba hablando en la barra.

—No pasa nada —dijo Paula—. No sé por qué estoy tan torpe hoy. Imagino que ha sido un día muy largo. Llevo de pie desde las seis y media.

Si no fuera por el brillo de miedo que veía en sus ojos y sus decididos esfuerzos por no mirar a la recién llegada, Pedro la hubiese creído. Cuando terminaron de limpiar, Paula intentó esbozar una sonrisa.

—Gracias.

—La cuenta…

—Ah, perdona, se me había olvidado. Espera un momento, enseguida te la traigo.

—No hace falta, se la pediré a Diana.

La mujer se había sentado al otro lado del local y, aunque Pedro sentía la tentación de acercarse, pensó que tal vez no era lo más inteligente. Pero cuando esperaba que Paula le ofreciese un menú, como hacía con todos los clientes, vió que se sentaba a su lado. Sorprendido, Pedro decidió esperar un momento. Paula y la extraña hablaban en voz baja y, con el ruido del restaurante, no podía oír lo que decían. Parecía enfadada y frustrada, pero a la otra mujer no parecía importarle en absoluto. ¿Quién sería?, se preguntó. ¿Por qué su rostro le resultaba familiar? ¿Y por qué parecía tan disgustada? Después de cinco minutos de conversación, vió que ella metía la mano en el bolsillo de sus vaqueros para sacar una llave, que dejó sobre la mesa con gesto desafiante. La mujer sonrió, con una expresión de triunfo que hizo que Pedro tuviese que apretar los dientes, y después de darle un beso en la mejilla salió del restaurante sin haber pedido nada. Paula se quedó un momento en la silla, pálida. Le encantaría acercarse y preguntarle qué pasaba, prometerle que echaría a esa mujer del pueblo si había ido a crear problemas. No podría hacerlo, pero al menos lo intentaría. Ella pasó las manos por el delantal, como intentando calmarse, y luego se levantó para volver a trabajar.

—¿Querías algo más? —le preguntó, al ver que seguía allí.

—No, gracias —respondió Pedro. A pesar de años de entrenamiento y práctica interrogando a sospechosos, no se le ocurría una manera inteligente de preguntarle por lo que acababa de presenciar—. ¿Quién era tu amiga?

—¿Mi amiga?

—La mujer a la que le has dado la llave de tu casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario