lunes, 24 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 70

—Tendrá que perdonarme, pero sobre ese punto tengo mis dudas. Gabi, ¿Cuánto tiempo estuviste sola con tu hermana antes de venir a Pine Gulch?

La niña frunció el ceño, desconcertada.

—No lo sé, creo que un mes o algo así.

—Ah, un mes. ¿Y dónde estaba tu madre durante ese tiempo?

Gabi miró a Paula y luego a Alejandra antes de volver a mirar a Pedro.

—No lo sé, no me lo dijo. Estábamos en casa de Paula en Arizona y una mañana, cuando desperté, mi madre no estaba allí. No me dijo dónde iba antes de marcharse. Esperé y esperé que volviera, pero no volvió.

La niña parecía tan triste que Paula podría pensar que era una interpretación, pero sabía que no era así. La había visto tan desesperada cuando Alejandra desapareció…

—¿Tú sabías dónde estaba tu madre en ese tiempo, Paula? — preguntó Pedro.

Ah, por fin un poco de esperanza, como un rayo de sol atravesando las nubes. Paula entendía perfectamente lo que estaba haciendo.

—No tenía la menor idea —respondió.

—¿Ah, no?

Ella negó con la cabeza.

—No dejó una nota ni un número de teléfono, nada. Lo único que dejó fue una montaña de deudas que tuve que pagar yo.

—¿Te dejó endeudada? —Pedro miró a Alejandra, que apartó la mirada de inmediato.

—Hasta el cuello. Tuve que vender mi casa y liquidar todas mis posesiones para pagar sus… deudas, si podemos llamarlas así. Por esto tuvimos que mudarnos a Pine Gulch.

Pedro asintió con la cabeza.

—Parece un caso de abandono infantil.

Alejandra se quedó sin habla durante unos segundos, mirando de uno a otro como para intentar entender dónde se había equivocado. Cuando habló, la damisela en apuros había desaparecido y era la misma de siempre, la mujer furiosa y amarga que Paula recordaba.

—Bueno, pero he venido a buscar a mi hija ahora. Ella misma ha dicho que quiere irse conmigo.

—Pues lo siento mucho por Gabi, pero me temo que no puede ser, señora Chaves —dijo Pedro—. Voy a tener que llevarla conmigo a la comisaría.

—¿Qué?

—Tengo que hablar con las autoridades de Arizona para aclarar esto, pero siendo Nochebuena puede que no sea tan sencillo —dijo Pedro, encogiéndose de hombros como si también él estuviera frustrado por la molesta burocracia.

Aparentemente, las mujeres de la familia Chaves no eran las únicas farsantes, pensó Paula.

—Pero tenemos que irnos.

—No puede ser, lo siento. Tardaremos algún tiempo en solucionar esto, pero imagino que no le importará. Lo primordial es aclarar el asunto, ¿No le parece?

En ese momento, Paula se dió cuenta de que estaba locamente enamorada de Pedro Alfonso. Querría abrazarlo hasta que le dolieran los brazos y decirle lo maravillosamente bien que estaba manejando la situación. Gabi se había acercado un poco a ella y Paula alargó una mano para tocar su brazo. Su hermana tenía miedo de confiar, estaba claro. Y ella sabía muy bien lo que sentía, de modo que atrapó su mano y le dio un apretón para tranquilizarla. Alejandra se puso en jarras. Aparentemente, había decidido mostrarse guerrera para ver si eso la llevaba a algún sitio.

—Está cometiendo un grave error, sheriff.

—¿Ah, sí?

—No tiene ni idea. Está loco si cree que voy a dejar que un policía de un pueblucho de mala muerte me acuse de abandonar a mi hija. Tengo un buen abogado y él hará que le quiten la placa antes de que acabemos con esto.

Pedro se limitó a encogerse de hombros, con una sonrisa letal.

—Como quiera, señora Chaves. Y ahora, ¿Le importaría poner las manos a la espalda?

—¿No irá a detenerme?

—Me temo que sí.

Para sorpresa de Paula, Pedro sacó las esposas del cinturón y sujetó a Alejandra del brazo.

—¡Suélteme ahora mismo!

Gabi emitió un gemido de angustia al escuchar el sonido metálico de las esposas y Pedro pareció pensárselo mejor.

—¿Sabe una cosa? Tal vez haya una alternativa.

—¿Cuál? —preguntó Alejandra.

—Que firme un documento dándole a Becca la custodia legal de Gabi.

—Olvídelo.

Pedro colocó su otro brazo a la espalda.

—En fin, esto significa más papeleo, pero es mejor que estar bajo la nieve en Nochebuena. Como he dicho, puede que tardemos un par de días en solucionar este asunto… pero tenemos algunos casos abiertos de los que me gustaría hablar con usted, señora Parsons.

—¿Qué casos?

—Algo que ocurrió en Pine Gulch hace una década, precisamente en esta época del año.

Alejandra, pálida, lanzó sobre Paula una mirada venenosa. De repente parecía mayor. Mayor y derrotada.

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