viernes, 7 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 33

Pero debía ser adulta y olvidar su propia infancia. Cuando tuviese un momento libre, buscaría en los cajones para ver si Gabi hacía lo mismo.

—¿Necesitas algo?

—No —respondió la niña—. Tengo que terminar un libro para el examen de la semana que viene y luego dormiré un rato.

Aunque detestaba los deberes, a veces Gabi actuaba más como una responsable estudiante universitaria que como una niña de nueve años. Paula no podía quitarse de encima la impresión de que le ocurría algo más, que tal vez tenía algún problema. Pero la experiencia le había enseñado que había batallas imposibles de ganar y en aquel momento Gabi parecía haberse encerrado en sí misma.

—¿Te apetece cenar algo especial?

Gabi se metió bajo el edredón.

—No tengo hambre. Haz lo que quieras.

—Muy bien. Descansa un rato —Paula apartó el pelo de su cara, preguntándose cómo era posible que se hubiera encariñado con aquella curiosa criatura en tan poco tiempo.

Sí, muchas veces anhelaba su antigua vida, antes de que Alejandra  la dejase a cargo de Gabi, probablemente como cualquier madre anhelaría a veces su vida de soltera. Pero proteger y cuidar de Gabi se había convertido en lo más importante del mundo para ella. Quería a su hermana y haría lo que tuviera que hacer, incluso servir mesas durante diez horas al día para que no tuviese que volver a esconder comida. Iba a salir de la habitación cuando su hermana dijo:

—Siento mucho haberme marchado del colegio sin decir nada. Es que… me dolía el estómago y no quería vomitar delante de los demás niños. ¿Crees que me castigarán?

—No, claro que no. He llamado al colegio para decir que no te encontrabas bien y les he prometido que no volvería a pasar. Y no volverá a pasar, ¿Verdad?

—No, ha sido una tontería —admitió Gabi.

Parecía tan disgustada consigo misma que Paula volvió a la cama para darle un abrazo. Aunque su hermana solía apartarse cuando se mostraba cariñosa, como un gatito que hubiera tenido que enfrentarse demasiadas veces con una escoba, en esta ocasión se dejó abrazar… durante unos segundos. En fin, era un progreso. Un pequeño paso adelante.

—Descansa un poco. Seguro que a Diana no le importará que me tome un día libre.

—No tienes que pedir días libres. Puedo quedarme aquí sola.

—Ya veremos —dijo Paula—. Tal vez podríamos preguntarle a Beatríz Boyer si puede venir a cuidar de tí otra vez.

—No sé por qué no me dejas quedarme sola. Mi madre lo hacía todo el tiempo.

Por eso precisamente: ella no era como su madre. Se había esforzado mucho para no serlo.

—Bueno, ya hablaremos de eso —dijo Paula—. Dejaré la puerta abierta. Si necesitas algo, llámame.

—No voy a necesitar nada.

Claro que no. Gabi pensaba que podía cuidar de sí misma como si fuera una adulta. Paula dejó la puerta entreabierta, pero cuando estaba bajando por la escalera oyó que su hermana la cerraba. La niña intentaba poner distancia entre ellas y lo único que ella podía hacer era tratarla con cariño e intentar romper esa capa de desconfianza.

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