miércoles, 5 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 26

Trabajaron en silencio en diferentes lados del camino, pero no le resultaba incómodo. Le gustaría preguntar quién era la mujer con la que hablaba en la tienda y qué sentía por ella. Parecían amigos, pero había tenido la impresión de que había algo más. ¿Estaría enamorado de ella? Por supuesto, no era asunto suyo, se recordó a sí misma, mientras seguía apartando nieve. Por suerte, Pedro lo hacía más rápido y lo que ella podría haber tardado horas en hacer fue resuelto en veinte minutos.

—Gracias —le dijo—. Ha sido una ayuda enorme.

—Ya te dije que los vecinos de Pine Gulch se ayudan unos a otros.

Paula lo creía. Y, para su sorpresa, empezaba a gustarle vivir en el pueblo. Lo que había creído una solución temporal mientras intentaba decidir qué iba a hacer con su vida, empezaba a convertirse en algo familiar. Le gustaba que la gente la saludase por la calle, que le preguntaran si tenía planes para Navidad…

—Por curiosidad, ¿Por qué llevas una pala en la camioneta?

Pedro sonrió.

—Para sacar coches que se quedan tirados en el arcén de la carretera y ayudar a los vecinos. Incluso a aquellos a los que les cuesta pedir ayuda.

Paula se puso colorada.

—Pero he dejado que me ayudases, ¿No? Y te lo agradezco mucho. Me has ahorrado varias horas de trabajo. Aunque yo estoy acostumbrada a cuidar de mí misma.

—No hay nada malo en eso.

Paula asintió con la cabeza.

—Seguramente irías de camino a alguna parte.

—No, iba a casa a sacar al perro antes de volver a la comisaría para hacer mi turno de las seis. Ahora mismo me falta personal.

—Pues te agradezco mucho que me hayas ayudado. ¿Quieres que te ayude a limpiar el camino de tu casa?

—No hace falta —respondió Pedro—. Le pago al hijo de mi vecino para que la retire con la máquina quita nieves de su padre. Si quieres, puedo pedirle que limpie también el tuyo.

Paula se preguntó cuánto costaría pagar al chico… Seguramente menos que comprar una máquina quitanieves, pero hasta que hubiesen convalidado su licencia para ejercer en Idaho tendría que esperar.

—No, no hace falta. Me gusta el ejercicio —mintió—. ¿Quieres entrar a tomar un chocolate caliente? Es lo mínimo que puedo hacer para darte las gracias.

No esperaba que aceptase. ¿Por qué iba a querer pasar tiempo con ella? Pero, para su sorpresa, Pedro apoyó la pala en la camioneta.

—Sí, eso estaría bien. Gracias.

Buena la había hecho, pensó Paula. No podía retirar la invitación sin parecer una idiota y, debido a la atracción que había entre ellos, estar a solas con Pedro no era buena idea. Sería amable, le haría un chocolate caliente y le diría adiós, pensó. No había ninguna razón para ponerse nerviosa. Pero con razones o sin ellas, tenía que controlar los nervios mientras abría la puerta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario