lunes, 10 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 38

—Puedes contármelo a mí, Abril, yo sé guardar un secreto. De hecho, es parte de mi trabajo. Si me lo cuentas, tal vez yo podría convencer a tu padre para que este año te regalase dinero.

Abril se mordió los labios, pensativa.

—No puedo. Lo he prometido.

Él asintió con la cabeza.

—¿Esa niña parece enferma?

—No, solo cansada. Tanto que a veces se duerme en las clases. Y el otro día se fue a casa después del recreo.

Pedro recordó entonces que Gabi Chaves había vuelto a casa antes de la hora unos días antes. ¿Gabi tenía un problema de corazón? ¿Estaba muy enferma? Pensó en lo seria que estaba siempre y en las miradas que intercambiaba con su madre… Eso lo explicaría todo, se dijo. La actitud reservada de Paula, los secretos entre ellas, ese brillo de miedo, casi de desesperación que había visto a veces en sus ojos. Tal vez se había mudado a la casa de su abuelo en Pine Gulch para ahorrarse el dinero de un alquiler… Sintió que se le encogía el corazón al pensar que Paula tuviera que pasar sola por algo así o que la pobre Gabi pudiese no sobrevivir a una operación. Era lógico que se hubiese apartado después de aquel beso. Seguramente lo último que quería en ese momento era una relación, a pesar de la atracción que había entre ellos. Pero le gustaría que hubiese confiado en él. No podría resolver sus problemas, pero a veces compartirlos con alguien era un alivio necesario.

—No vas a contárselo a nadie, ¿Verdad? —le preguntó Abril ansiosamente—. Lo has prometido. Ni a mi padre ni a la tía Lu ni a nadie.

Pedro se obligó a esbozar una sonrisa.

—¿Qué voy a contar? Yo no sé nada salvo que a Jenny le siguen gustando las manzanas.

La niña le devolvió la sonrisa, dándole un empujón con la cabeza como solía hacer Jenny cuando estaba contenta. Era una cría estupenda, pensó. A una edad en la que la mayoría de los niños eran egocéntricos, Abril estaba dispuesta a renunciar a sus regalos de Navidad para ayudar a una amiga. Paula debería saber lo importante que era Gabi para sus amigas, pensó. Tal vez eso la animaría.




Ella no era una persona particularmente habilidosa. ¿Entonces qué hacía una semana con unas agujas de punto en la mano y una madeja de lana, intentando tejer una bufanda para Gabi? Aquello era completamente absurdo y, sobre todo, frustrante. Lo había intentado porque Diana Archuleta siempre se ponía a tejer cuando tenía un momento libre y eso había llamado su atención. Paula había cometido el error de preguntar si podría enseñarla y, al día siguiente, Diana le había llevado unas agujas y una madeja de lana. Con el celo de una devota, su jefa había insistido en que eso la ayudaría a superar el estrés de la mudanza, las fiestas y el nuevo trabajo. Por razones obvias, Paula no le había contado que el estrés era debido a las exigencias del Colegio de Abogados de Idaho para la convalidación de su título y a las dificultades de intentar ser una figura materna para una niña a la que había conocido unos meses antes.

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