miércoles, 26 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 72

—Solo lo hice porque me dijo que haría que metiesen a Pau en la cárcel si no me iba con ella.

—Gabi…

—Es mi madre y la quiero, aunque no siempre es fácil —siguió su hermana—. Pero las cosas son mejores desde que estamos aquí. Me gusta el colegio y mis amigas y tener mi propia habitación —Gabi hizo una pausa, mirando a Paula—. ¿De verdad quieres que me quede contigo?

—Claro que sí, cariño.

—Pero ya me he metido en líos con la mentira que conté… bueno, ya sabes.

Paula abrazó a su hermana, pensando en cuánto había cambiado su vida en unos meses. Las palabras de Pedro daban vuelta en su cabeza: «una mujer no tiene que parir a un niño para ser una buena madre».

—Quiero que te quedes conmigo para siempre.

No había querido ser madre antes de que Gabi apareciese en su vida, pero ya no podía imaginarla sin ella.

—¡Voy a llevar mis cosas a la habitación! —exclamó Gabi—. ¿Crees que podría colgar unos pósteres en la pared, Pau?

Ella tuvo que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas.

—Pues claro que sí. Me parece muy buena idea.

Con la energía de la juventud, Gabi subió corriendo la escalera, dejando a Pedro y Paula solos en el salón. Ella lo miró, tragando saliva. Recordaba el calor de sus labios, la paz que había encontrado entre sus brazos. Pero debía concentrarse en lo que había ocurrido esa mañana y no en los besos en los que no había podido dejar de pensar en esos días.

—No sé cómo darte las gracias. Y no puedo creer que la hayas dejado ir así, sin detenerla.

—No habría servido de nada.

—¿Y ese caso abierto del que me hablaste?

Pedro sacudió la cabeza.

—Lo importante ahora mismo era convencerla para que te diese la custodia legal de Gabi, no intentar conectarla con un crimen que ocurrió hace diez años. Me habría gustado interrogarla para ver si ella podía llevarme hasta los culpables, pero ahora que la tengo localizada tal vez pueda hacerlo de todas formas.

Paula lo miró y, por fin, entendió a qué se refería.

—Pine Gulch, hace diez años, en Navidad… tus padres. Dios mío, Pedro. ¿Crees que Alejandra podría haber tenido algo que ver?

—No lo sé. Una mujer que dijo ser estudiante de arte apareció en el rancho unos días antes de los asesinatos, pidiendo ver la colección. Mi madre era la única que estaba en casa en ese momento y se lo contó a Luciana cuando volvió del ensayo del coro. Según ella, la mujer le había dado pena porque estaba en avanzado estado de gestación, pero no llevaba alianza en el dedo y parecía angustiada —Pedro hizo una mueca—. Mi madre, por supuesto, la dejó entrar, pensando que ver la colección la animaría. Y le contó a Luciana que era una mujer muy simpática.

Paula se llevó una mano al corazón.

—¿Crees que podría haber sido Alejandra?

—No lo sé, tal vez.

—¡Más razones para haberla detenido!

—No tengo pruebas, Paula. Nada que la conecte con los asesinatos salvo un encuentro contado por mi madre a mi hermana. En fin, al menos es algo nuevo. Tal vez pueda seguirle la pista.

—Lo siento mucho.

—No es culpa tuya —dijo él—. Tú no eres responsable de algo que tu madre podría o no haber hecho.

Tenía razón. Llevaba demasiado tiempo disculpándose por Alejandra y dejando que esa mujer destrozase su vida. Había estado a punto de ser expulsada del Colegio de Abogados, había vendido todo lo que tenía para devolverle el dinero a la pareja a la que había estafado… Otra persona se habría desentendido, pero Paula no era así. Ella no había cometido el fraude, pero Alejandra había usado sus contactos en el mundo inmobiliario, de modo que se sentía culpable.

Pedro miró su reloj.

—Debería irme. Tengo que patrullar un poco por el pueblo.

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