lunes, 24 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 68

—No debería haberte mentido, pero no sabía qué otra cosa podía hacer. Lo siento mucho, de verdad.

—No te preocupes, lo entiendo.

—Cuando fui a matricular a Gabi al colegio y no tenía ningún documento legal… me pareció la única opción. Temía que llamaran a los Servicios Sociales y se llevaran a la niña —Paula suspiró, angustiada—. No podía soportar que la llevaran a una casa de acogida o a un orfanato cuando yo podía cuidar de Gabi.

Ella misma había estado en casas de acogida en las ocasiones en las que Alejandra había pasado por la cárcel y no se lo desearía a nadie, especialmente a una hermana a la que quería tanto.

—Me habría gustado que confiases en mí —dijo Pedro.

—Y debería haberlo hecho, pero no es fácil para mí confiar en los demás.

Él la miró un momento y luego volvió a concentrarse en la carretera.

—¿Esa es la razón por la que dijiste que no podías tener una relación conmigo? ¿Porque soy policía y temías que descubriese la verdad sobre Gabi?

Paula asintió con la cabeza.

—Alejandra me educó para no llamar la atención de la policía y es una costumbre difícil de romper. Pero sí, esa era la razón.

Pedro no dijo nada, pero le pareció ver un brillo de alegría en sus ojos verdes… Lamentablemente no pudo decir nada porque acababan de llegar a casa de su abuelo. Alejandra estaba en la puerta, metiendo las maletas en su deportivo rojo, pero él  detuvo el coche patrulla tras ella, bloqueándole la salida. Bien hecho, pensó Paula, mientras veía que el rostro de su madre se convertía en una máscara de ira que, de inmediato, intentó disimular. Cuando bajaron del vehículo y se dirigieron hacia ella, su madre estaba haciendo el papel de damisela en apuros. Era tan hábil, pensó Paula. Siempre le había sorprendido que pudiese llevar a cabo esa transformación. En treinta segundos, Alejandra había conseguido desencajar sus facciones para parecer una persona mayor, asustada y frágil.

—Agente, cuánto me alegro de que esté aquí. Tiene que ayudarme.

Pedro enarcó una ceja.

—¿Ah, sí?

—Mi hija está siendo retenida contra su voluntad —dijo Alejandra, señalando a Paula con un dedo tembloroso—. Ella se la llevó sin decirme dónde iba. No sabe cómo la he buscado, creí que la había perdido para siempre.

—Sin duda.

—Llevo meses buscándolas y ahora, por fin, las he encontrado. Estaba esperando mi oportunidad para llevarme a mi hija a casa, donde debe estar.

—Debe haber sido aterrador para usted.

Alejandra lo estudiaba, como intentando decidir si estaba siendo sarcástico o no, pero en el rostro de Trace no había expresión alguna.

—Sí, bueno, afortunadamente ya la he encontrado y estamos juntas de nuevo. No quiero presentar una demanda ni nada parecido, solo quiero llevarme a mi hija.

—¿Por qué?

Esa pregunta pareció detener a Alejandra, que lo miró un momento en silencio.

—¿Por qué?

—Sí, ¿Por qué? —repitió Pedro—. Los policías tendemos a buscar un motivo para todo, ya sabe —añadió, con una sonrisa que provocó un escalofrío en la espina dorsal de Paula.

Cuando se portaba como un sheriff, Pedro era aterrador. ¿Quién habría esperado que un hombre tan agradable pudiese dar tanto miedo?

—No le entiendo.

—¿Qué razón podría tener la señorita Chaves para secuestrar a su hija y traerla a Pine Gulch?

—Venganza y odio —respondió Alejandra—. Estaba furiosa conmigo porque… en fin, hice una infortunada inversión inmobiliaria con su dinero y me lo ha devuelto quitándome a mi hija.

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