miércoles, 5 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 28

—¿Quieres una galleta? Las hicimos anoche Gabi y yo.

—Sí, gracias. La verdad es que no puedo rechazar un dulce.

Paula le ofreció una galleta que sabía a mantequilla y mermelada de frambuesa.

—¡Está riquísima!

—Gracias.

—¿Es una receta familiar? —insistió él, para saber algo sobre su pasado.

Paula se encogió de hombros.

—Probablemente. De la familia de otro, claro. La encontré en Internet.

Muy bien, el sutil interrogatorio no servía de nada…

—Pero no recuerdo a mi madre haciendo galletas —dijo ella entonces.

—¿No le gustaba la cocina?

Paula soltó una carcajada que lo sorprendió.

—Eso es decir poco. ¿Y tu familia? —le preguntó—. ¿A tu madre sí le gustaba cocinar?

—A veces, cuando le apetecía y cuando no estaba ocupada trabajando.

—¿A qué se dedicaba?

—Era artista, pintaba.

—¿En serio? —Paula guiñó los ojos—. ¿Ana Zolezzi era tu madre?

Pedro parpadeó, sorprendido. Su madre se había vuelto famosa después de ser asesinada.

—¿Cómo lo sabes?

—Ví uno de sus cuadros en la biblioteca. Era Cold Creek Canyon en primavera y me hizo pensar que hay algo más que nieve en Pine Gulch.

Pedro había olvidado que sus hermanos y él habían donado ese cuadro a la biblioteca del pueblo.

—Lo hacía por diversión. Creo que le gustaba coleccionar arte tanto como crearlo. Cuando era joven vivía en Utah, al lado del parque nacional Zion, y su madre y ella se hicieron amigas de Marta Dixon, que tenía una casa allí.

—¡Marta Dixon! —exclamó Paula.

Pedro asintió con la cabeza.

—Dixon animó a mi madre a pintar. Incluso le regaló un cuadro. Más tarde, mis padres compraron más cuadros suyos, un par de Georgina O’Keeffe y un pequeño Bierstadt. Eran las joyas de su colección.

—Pues debes sentirte afortunado al tener unos cuadros tan buenos.

Pedro apretó los dientes, experimentando una familiar sensación de impotencia.

—No, ya no. Todos esos cuadros fueron robados hace diez años, junto con el resto de la colección, la noche que mis padres fueron asesinados.

Paula, que estaba removiendo el chocolate, se llevó una mano al corazón.

—Lo siento mucho. Sabía que habían muerto, pero pensé que había sido un accidente.

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