lunes, 10 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 36

Después de cenar un asado con patatas y unos rollitos de canela que Luciana hacía mejor que nadie, Federico y él fueron relegados al turno de cocina, mientras su hermana ayudaba a Abril a hacer los deberes.

—¿Se puede saber qué pasa con los regalos de Navidad? —le preguntó a su hermano.

—No tengo ni idea. Abril volvió un día del colegio con esa absurda idea y no hay manera de convencerla para que nos cuente por qué quiere dinero —Federico se encogió de hombros—. Pero da igual. Este verano le compré una silla de montar y la tengo escondida desde entonces. Luciana ha hecho sus compras de Navidad por Internet y no vamos a devolverlo todo —su hermano colocó un cuenco en el armario—. Tal vez tú podrías hablar con ella. A ver si te cuenta qué está pasando y por qué necesita dinero.

Pedro frunció el ceño.

—¿Por qué yo?

—Porque eres policía. Si tú no puedes sacarle algo, no sé quién podría hacerlo.

—Hay cierta diferencia entre sacarle información a un delincuente y sacársela a mi sobrina.

—Con tu experiencia, sacarle información a una niña de nueve años debería ser facilísimo.

Pedro hizo una mueca. No había conseguido que Paula Chaves le confiase sus problemas, pero al contrario que la hermosa camarera, Abril confiaba en él. Cuando terminaron de lavar los platos, Federico volvió al ordenador y él  a la mesa, donde Abril y Luciana estaban haciendo los deberes, con Bobby a sus pies.

—¿Cómo van los deberes?

Abril escribió algo y luego cerró el cuaderno con una sonrisa en los labios.

—Ya está. Por fin.

—Estupendo —dijo él—. ¿Quieres venir conmigo al establo a darle una manzana a Jenny?

Contaba con el cariño de Abril por los animales del rancho para tener una charla con ella.

—¡Sí, claro! —exclamó, más contenta de lo que la había visto en toda la tarde—. Voy a buscar mi abrigo.

Unos minutos después salían de la casa para ir a los establos, con Bobby a su lado y dos border collies que Luciana había rescatado y entrenado. La noche era muy silenciosa, la clase de noche en la que el mundo parecía contener el aliento, esperando algo mágico. Pedro recorrió el familiar camino entre la casa y el establo, recordando los años en los que tenía que levantarse antes del amanecer para hacer sus tareas antes de ir al colegio.  Aunque había decidido de niño que trabajar en un rancho no era para él, seguía agradeciendo las lecciones que había aprendido allí. Había sido el sitio perfecto para crecer, con caminos escondidos entre los árboles, un arroyo en el que nadar durante el verano, un establo lleno de paja sobre la que saltar… Y durante el invierno se lanzaban con el trineo colina abajo, hacían carreras en motos de nieve o montaban a caballo a medianoche bajo un cielo lleno de estrellas. Todos habían sido increíblemente felices allí, hasta esa funesta noche una década antes… Intentó apartar de sí tan triste recuerdo, concentrándose en respirar el aroma de los pinos bajo la nieve. En el establo, Abril se dirigió inmediatamente hacia su yegua favorita, a la que había entrenado siete u ocho años antes. Jenny lanzó un relincho de alegría al verlo y otro cuando sacó una manzana del bolsillo.

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