miércoles, 19 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 56

—Podría ser, pero sigo conduciendo perfectamente.

Por impulso, Pedro tomó su mano; una mano arrugada y temblorosa.

—Señora Sheffield, usted no querría provocar un accidente, ¿Verdad?

—¡Pues claro que no!

—¿Y si no pudiese parar a tiempo en el paso de cebra del colegio? No querría usted herir a ningún niño, ¿no?

—Yo no haría eso. Soy una buena conductora.

—Seguro que sí —Pedro hizo una pausa—. ¿Qué tal si después de las fiestas vamos a dar una vuelta juntos en el coche? Podemos pedirle al agente Rivera que vaya con nosotros. Si puede demostrarnos que es capaz de conducir, romperé la multa y le pediremos disculpas.

—¿Y si no? —preguntó ella.

Pedro apretó su mano.

—Entonces, no podrá seguir conduciendo. Pero tal vez podría hacerlo Violeta. Ella no está operada de cataratas, ¿No?

La mujer puso cara de pocos amigos.

—Bueno, ya veremos.

El alcalde entró en el restaurante en ese momento y, en treinta segundos, tenía a Alicia ruborizándose como una colegiala. Pedro giró la cabeza y vió que Paula estaba mirándolo con una extraña expresión… que desapareció mientras se acercaba a ellos.

—Señora Sheffield, he sentado a Violeta en su mesa favorita.

—Ah, muy bien.

—¿Qué quiere tomar, alcalde?

Los cuarenta y cinco minutos siguientes fueron una tortura. Pedro intentaba no mirar a Paula, pero a pesar de sus esfuerzos, no podía dejar de hacerlo. Por fin, cuando la reunión terminó, dejó escapar un suspiro de alivio.

—Gracias por reunirte aquí conmigo —dijo el alcalde, dejando a un lado la servilleta—. Era el único momento libre que tenía en todo el día.

—Sí, pero esta vez pago yo.

Discutieron durante unos segundos sobre quién pagaba la cuenta, pero Pedro salió victorioso y el alcalde se despidió para ir a una reunión con el gabinete de transportes. Estaba esperando la cuenta cuando se abrió la puerta del restaurante. La recién llegada era una mujer elegantemente vestida de unos cuarenta y cinco años que intentaba parecer una década más joven. No la conocía, pero su rostro le resultaba vagamente familiar… Estaba intentando averiguar de qué le sonaba su cara cuando de repente sonó un estruendo. Pedro se volvió y vió a Paula mirando una bandeja que había caído al suelo.

—¡Mira lo que has hecho! —gritó Alicia Sheffield.

Ella estaba pálida como un cadáver, tan conmocionada que tardó un momento en correr a la barra para buscar un cepillo.

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