viernes, 28 de febrero de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 4

—Perdón, ¿Nos conocemos?

—Soy Paula Chaves. Mi cuñada Laura lleva el hotel.

—¿Eres la hermana del jefe Chaves? —Paula advirtió en ella un tono amistoso casi de inmediato. El encandilador de su hermano tenía ese efecto en las mujeres, sin importar su edad.

—Así es. Ambos jefes Chaves —con un hermano jefe de policía y otro al frente del cuerpo de bomberos, nada excitante ocurría en el pueblo sin que alguien de su familia se viese implicado.

—Me alegro mucho de conocerte. Soy Alicia Michaels, el ama de llaves del doctor Alfonso. O lo seré cuando por fin se instale en su casa. Como el servicio de limpieza se encarga de nuestras habitaciones en el hotel, no tengo mucho más que hacer. Supongo que ahora mismo solo soy la niñera.

—Ah.

—El doctor Alfonso se está construyendo una casa en la carretera de Cold Creek. Se suponía que debía terminar la semana pasada, pero el contratista tuvo algunos problemas y aquí estamos. Seguimos en el hotel. Que es precioso, no me malinterpretes, pero no deja de ser un hotel. Después de tres semanas, estamos todos un poco cansados. Y ahora parece que vamos a seguir ahí hasta después de Año Nuevo. Las Navidades en un hotel. ¿Te lo puedes imaginar?

—Debe de ser muy frustrante para todos ustedes.

—No lo sabes bien. Dos niños en un hotel, incluso en dos habitaciones, durante tantas semanas es demasiado. Necesitan espacio para correr. Les pasa a todos los niños. En San José, los niños tenían un jardín enorme, con piscina y columpios como los de cualquier parque.

—¿Entonces son de California?

Alicia Michaels asintió. Observó a los niños, que no les prestaban ninguna atención mientras jugaban con una videoconsola que Valentina había sacado de su mochila.

—Sí. Yo soy de California. Nací y me crié allí. El doctor Alfonso no. Él es del este. De Chicago. Pero lo dejó todo sin mirar atrás para irse al oeste a estudiar veterinaria en UCDavis. Y ahí es donde conoció a la difunta señora Alfonso. Me contrataron para ayudar con la casa cuando ella estaba embarazada del pequeño Franco, y llevo con ellos desde entonces. Los pobres niños me necesitaban más que nunca después de que su madre muriera. El doctor Alfonso también. Fue una época terrible.

—Me lo imagino.

—Cuando decidió mudarse a Idaho, me dió la opción de dejar el trabajo con buenas recomendaciones, pero no podía hacerlo. Quiero a esos niños, ¿Sabes?

Paula lo entendía bien. Quería a su sobrina Abril como si fuera suya. Había desarrollado un fuerte vínculo con ella después de que su madre los abandonara a Federico y a ella.

—Claro que sí.

De pronto Alicia Michaels negó con la cabeza.

—Mírame, divagando con una desconocida. Estar metida en ese hotel durante tantas semanas está volviéndome loca.

—Tal vez podáis encontrar algo de alquiler mientras terminan la casa —sugirió Paula.

—Eso era lo que yo deseaba hacer, pero Pedro no cree que podamos encontrar a nadie dispuesto a alquilarnos una casa solo durante unas semanas, y menos durante las Navidades.

Paula pensó en la casa del capataz, que llevaba vacía seis meses, desde que la joven pareja de recién casados que Federico había contratado para ayudar en el rancho se mudara a trabajar a otro rancho de Texas. Estaba amueblada con tres dormitorios y probablemente satisfaría las necesidades de los Alfonso, pero no sabía si mencionarlo. No le caía bien el veterinario. ¿Por qué iba a querer que viviese solo a cuatrocientos metros?

—Podría preguntar por ahí. En el pueblo hay algunos lugares de vacaciones que podrían estar disponibles. Al menos así tendrán algo de tranquilidad durante las Navidades, hasta que la casa esté terminada.

—¡Qué amable por tu parte! —exclamó la señora Michaels.

Paula se sintió culpable. Si fuera realmente amable, les habría ofrecido la casa del capataz de inmediato.

—Todos en Pine Gulch están siendo muy amables con nosotros —continuó la mujer.

—Espero que se sientan como en casa.

—Entonces, supongo que el perro al que está atendiendo el doctor Alfonso es tuyo.

Paula asintió.

—Ha tenido una pelea con un toro. Cuando enfrentas a un perro de dieciocho kilos con un toro que pesa una tonelada, normalmente gana el toro.

—Es un gran veterinario, querida. Estoy segura de que tu mascota se pondrá bien enseguida.

Los border collies del rancho de River Bow no eran exactamente mascotas, eran una parte vital del trabajo. Salvo Sam, que estaba demasiado mayor para llevar al ganado.

—Tengo hambre, señora Michaels. ¿Cuándo vamos a comer? —aparentemente aburrido del videojuego, Franco se había acercado a ellas.

—Creo que a su padre le queda un rato. ¿Por qué no nos vamos Valentina, tú y yo a buscar algo? Quizá podamos cenar en el café esta noche. Será divertido, y además podremos comprar algo para vuestro padre.

—¿Puedo tomar un rollito dulce? —preguntó Franco con la cara iluminada.

—Ya veremos —contestó el ama de llaves riéndose—. Creo que la venta de rollitos dulces del café se ha triplicado desde que llegamos al pueblo, y todo gracias a tí.

—Están deliciosos —convino Paula.

La señora Michaels se puso en pie con el crujido de algunas articulaciones.

—Ha sido un placer conocerte, Paula Chaves.

—Yo también me alegro de conocerte. Y estaré atenta por si veo algo en alquiler.

—Tendrás que hablar de eso con el doctor Alfonso, pero gracias.

La mujer parecía eficiente, pensó Paula mientras la veía llevar a los niños hacia la puerta. La recepción se quedó más desolada cuando se marcharon. Aunque eran poco más de las seis, ya había oscurecido, pues era uno de los días más cortos del año. Siguió hojeando la revista un poco más hasta que la cerró y volvió a dejarla sobre la pila. Maldición. Su perro estaba ahí dentro. No podía quedarse allí sentada sin hacer nada. Al menos se merecía saber qué estaba pasando. Reunió valor, tomó aliento y abrió la puerta.

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