viernes, 14 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 48

Él tenía que ir a la comisaría, pero no quería hacerlo sin hablar un momento con ella. Paula salió rápidamente del almacén, y empezó a servir café por las mesas. Pedro tuvo que contenerse para no decirle que descansase un instante.

—El alcalde ha pagado tu desayuno. ¿Quieres más café? —le preguntó ella, cuando se paró junto a su mesa.

—No, gracias. ¿Gabi ha ido al colegio?

Paula asintió con la cabeza.

—Me he quedado en la puerta un momento y he visto que hablaba con Juana Dalton. No creo que pueda escaparse con la directora vigilando.

Pedro tenía la impresión de que Gabi era lo bastante atrevida como para intentarlo, pero decidió no preocupar a Paula.

—Seguro que no.

—Me ha contado lo que le has dicho… que debe ser valiente para afrontar sus mentiras y que se sentirá mucho mejor cuando haya contado la verdad. Gracias, Pedro.

—De nada —dijo él—. Es una buena niña, Paula. Yo creo que contó una mentirita que luego se le escapó de las manos. Esas cosas pasan.

—Sí, supongo que tienes razón —asintió Paula solemnemente antes de volver a la barra.

Pedro dejó un par de billetes sobre la mesa como propina, no demasiado porque intuía que a Paula no le gustaría sentir que estaba recibiendo caridad. Tenía muchas cosas que hacer. Aparte de los típicos accidentes provocados por la nieve, el tejado del taller se había hundido, hiriendo a un empleado y a un cliente. No tuvo tiempo de preocuparse por Paula y Gabi hasta que volvió a su casa doce horas después y encontró una cesta en la puerta, cubierta con papel rojo de regalo. No era raro que en esa época del año los vecinos de Pine Gulch dejasen algún regalo en la comisaría. Esa era una de las mejores cosas de vivir allí. Los policías tenían sus detractores, por supuesto, pero la mayoría de los vecinos apreciaba el sacrifico y la dedicación de sus hombres. Sin embargo, era raro que alguien hubiese dejado la cesta en la puerta de su casa.

Dentro de la cesta había un sobre con una nota escrita a mano:

"Hemos hecho galletas esta tarde y Gabi quería regalarte algunas para agradecer que la hayas animado. Ha sobrevivido a este día funesto gracias a tu ayuda".

Pedro abrió la puerta para saludar a su feo y gruñón perro, que pasaba la mayor parte del día durmiendo u olisqueando todas las esquinas del jardín, como si estuviera vigilando una zona desmilitarizada. Sonriendo, acarició la cabezota del animal y lo rascó detrás de las orejas. Pobrecillo, pensó, pasaba demasiado tiempo solo. Lo llevaba a la comisaría siempre que le era posible, pero Bobby parecía preferir la soledad, probablemente porque había sido el compañero de un anciano durante muchos años. En realidad, debería buscarle un hogar. Una familia ruidosa y llena de niños sería buena para él… Luciana se había ofrecido a adoptarlo para su zoo particular y, aunque a Bobby no le gustaban particularmente los caballos y le costaba trabajo seguir el ritmo de los demás perros más jóvenes y activos, tal vez disfrutaría de la compañía.

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