lunes, 10 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 37

Mientras el animal se la comía, Pedro acarició su cuello.

—Un día la sacaré a dar un paseo de noche.

—¿Y yo podré ir contigo? —preguntó su sobrina.

Pedro tuvo la extraña idea de llevar a Paula y a Gabi también. Lo pasarían estupendamente, pensó. ¿Aceptaría ella? Tal vez debería sugerirlo después de las fiestas. Paula solo quería que fuesen amigos, pero tal vez si pasaba más tiempo con él podría persuadirla para que fuesen algo más.

—Sí, claro, renacuaja.

Mientras acariciaba a su poni, Abril le contaba cosas del colegio, de los deberes, y de una fiesta que una amiga suya iba a hacer el fin de semana siguiente. Por fin, Pedro llevó la conversación a la razón por la que la había invitado a ir al establo.

—Bueno, entre tú y yo, ¿Qué es eso de que quieres dinero como regalo de Navidad?

Abril se quedó callada un momento, pero Pedro podía ver que estaba deseando contárselo.

—¿Prometes no contárselo a mi padre o a la tía Lu?

—¿Por qué iba a contárselo? —dijo él, sin hacer promesas que no iba a cumplir.

La gente parecía pensar que uno podía prometer cosas a un niño impunemente, pero él no estaba de acuerdo. Afortunadamente, su sobrina pareció tomarse la evasiva por una afirmación porque miró alrededor para ver si había alguien escuchando.

—Quiero dárselo a una amiga —dijo por fin.

—¿A una amiga?

La niña asintió con la cabeza.

—Está muy enferma. Está muriéndose, tío Pepe, y su madre no tiene dinero para llevarla al hospital. Yo no quiero que se muera… solo tiene nueve años, así que mis amigas y yo hemos decidido reunir dinero para que vaya al hospital.

Pedro tuvo que disimular su sorpresa. Él no sabía nada sobre un niño enfermo en Pine Gulch.

—¿Qué le pasa?

—No sé cómo se llama lo que tiene, pero es una cosa de corazón. Siempre está cansada y a veces ni siquiera puede jugar durante el recreo, solo se sienta en los columpios. ¿No te parece triste?

—Muy triste —respondió él—. ¿Y qué amiga es esa?

Abril apartó la mirada.

—Prometí no contárselo a nadie. Ella no quiere que la gente sepa que está enferma, así que solo nos lo ha contado a cinco. Los demás no saben nada.

—¿En serio? ¿Ni siquiera la señorita Hartford?

—No, no lo creo. Mi amiga no quiere que la gente la trate de manera diferente al saber que está enferma.

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