viernes, 14 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 50

Paula lo miró entonces con cara de susto.

—¿Ocurre algo? Por favor, no me digas que Gabi ha contado otra mentira. No sé si podría soportarlo.

Pedro sonrió, aunque estaba pensando que había sido un tonto por ir allí.

—No, Bobby necesitaba dar un paseo y, además, había pensado devolverte la cesta y darte las gracias por las galletas.

—Ha sido idea de Gabi.

—Me he comido una antes de venir y estaba riquísima. No sé si voy a poder comerme solo una docena, pero lo intentaré.

Paula sonrió.

—Le dije a Gabi que seguramente eran muchas, pero ella quería regalarte una cesta llena. Claro que siempre puedes llevarlas a la comisaría.

—Puede que lo haga —asintió él, antes de aclararse la garganta—. Bueno, la verdad es que devolverte la cesta solo ha sido una excusa. Aunque he incluido un bote de mi más preciada mermelada.

—¿No me digas que haces mermeladas?

—No, la hacen mi hermana y mi sobrina. Pero yo le pongo las etiquetas.

Paula rió y Pedro lo consideró una buena señal.

—Muy bien. ¿Por qué necesitabas una excusa para venir?

—Quería saber qué tal le ha ido a Gabi en el colegio. ¿Las otras niñas se han enfadado al saber que todo era mentira?

—No, parece que no —Paula volvió a sentarse en el sofá y Pedro lo tomó como una invitación para hacer lo propio mientras Bobby empezaba a olisquear por todas partes, probablemente buscando algún rastro de su antiguo dueño—. Me ha dicho que algunas se enfadaron, pero sobre todo se alegraron de que estuviera bien. Ahora dice que su reacción la ha ayudado a saber quiénes son sus amigas de verdad.

—¿Abril se ha enfadado?

—No, al contrario. Según Gabi, ha sido la más comprensiva de todas. Incluso la ha invitado a dormir en el rancho estas navidades.

Pedro se alegraba de no tener que darle una charla sobre la compasión y el perdón a su sobrina.

—Abril ha tenido sus propios problemas. Su madre se marchó cuando era un bebé y creo que eso la ha hecho más compasiva que la mayoría de los niños de su edad.

—Sí, lo comprendo —Paula lo estudió un momento—. ¿Entonces vienes del trabajo? Son las nueve.

Se estaba convirtiendo en una costumbre verla en el desayuno y luego de nuevo al final del día. Y probablemente no debería gustarle tanto.

—Ha sido un día de perros. Por alguna razón, la gente pierde la cabeza en cuanto caen unos cuantos copos de nieve.

—¿Has cenado?

—No, aún no. Pero cenaré algo cuando vuelva a casa.

—Yo he hecho sopa minestrone y nos ha sobrado mucho. Si quieres, puedo calentarte un plato.

El estómago de Pedro empezó a protestar y se dió cuenta de que no había comido nada desde el desayuno.

—No he venido a que me hagas la cena, Paula.

«¿Por qué has venido?». No había hecho la pregunta en voz alta, pero Pedro podía verla en sus ojos. Y esperaba que no lo hiciera porque no sabría qué responder.

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