viernes, 7 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 34

El domingo por la noche, Pedro estaba en el salón del rancho River Bow, disfrutando del calor de la chimenea, de las luces navideñas del árbol y del hermoso paisaje nevado que podía ver desde los ventanales. Llevaba un par de días inquieto y necesitaba un poco de tranquilidad.  La tormenta del viernes y el sábado había cubierto de nieve las carreteras y, como resultado, había habido numerosos accidentes de tráfico. Y, para colmo, el idiota de Carlos Crenshaw había intentado ahogar sus penas en alcohol porque lo habían despedido del trabajo y cuando su mujer intentó convencerlo para que dejase de beber, su reacción había sido arrancar una cabeza de ciervo de la pared para perseguirla con ella mientras sus hijos observaban la escena. Carmen estaba en el hospital de Idaho Falls con un brazo roto y Carlos en la comisaría, mientras sus tres hijos seguramente habían quedado traumatizados para siempre. Necesitaba un poco de paz y algo de charla alegre. Desgraciadamente, no había encontrado ninguna de esas dos cosas porque su hermano mellizo estaba de servicio, Federico ocupado con el papeleo del rancho, Luciana lo había echado de la cocina y Abril estaba leyendo un libro. Suspirando, buscó algo interesante en la televisión, con el feo perro de Alfredo Chaves mordiendo un hueso que Luciana le había dado. Por fin, cuando el silencio se volvió insoportable, se volvió hacia su sobrina.

—Bueno, cuéntame, ¿Qué pasa? ¿No empiezan las vacaciones esta semana? Deberías estar comiendo caramelos y saltando por la casa como una loca.

Abril lanzó sobre él una mirada de exasperación

—Tengo nueve años, tío Pepe. Yo no doy saltos.

Unos meses antes, el día de su cumpleaños, había hecho exactamente eso, pero Pedro decidió no recordárselo.

—Muy bien, tal vez seas demasiado mayor para dar saltos, pero al menos deberías estar de buen humor. ¡Es Navidad! ¿Qué vas a pedirle a Santa Claus?

—Tengo nueve años, ¿Recuerdas? Ya sé que ni Santa Claus ni el ratoncito Perez existen.

—Ah, qué pena —murmuró Pedro.

Estaba haciéndose mayor y ya no era la niña encantadora que solía echarse en sus brazos cada vez que entraba por la puerta. En unos años, sería una adolescente y ya no tendría un segundo para él. Pero antes de que eso ocurriera, dejaría bien claro a todos los chicos del pueblo que su tío era el sheriff.

—Bueno, de acuerdo, olvídate de Santa Claus. ¿Qué vas a pedir por Navidad?

Luciana entró en el salón en ese momento con un cuenco de puré de patata que dejó sobre la mesa.

—Ah, la pregunta equivocada.

—¿Por qué?

—Tenemos problemas con ese tema —intervino Federico, que acababa de entrar en el salón con un montón de papeles en la mano.

—¿Se puede saber qué pasa aquí? —exclamó Pedro—. ¿Vas a pedir un Ferrari, Abril?

La niña frunció el ceño.

—No —respondió—. Y no entiendo por qué todo el mundo está tan enfadado.

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