miércoles, 5 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 27

Debería estar en el sillón de su casa echándose una siesta. Durante las últimas semanas había dormido menos de cinco horas al día y su cuerpo estaba empezando a notarlo. Debería haberse marchado después de ayudarla a retirar la nieve, pero su invitación le había tomado por sorpresa y había aceptado sin pensar.

—El árbol está precioso —le dijo.

—Gracias.

Gabi y ella habían añadido tiras de palomitas y espumillón. Pero, además, habían colocado muérdago en la repisa de la chimenea y un lazo rojo en la lámpara del techo. En esas semanas, Paula había intentado convertir la oscura casa de Alfredo Chaves en un hogar cálido y acogedor. Ya no parecía la triste casa de un anciano solitario. Con muy poco dinero, había aportado luz y color con alegres almohadones en el sofá, cortinas nuevas y una manta sobre el sillón. Pedro esperaba que eso significara que pensaba quedarse en Pine Gulch, al menos durante un tiempo.

—Veo que has trabajado mucho. La casa está muy bonita —le dijo, ignorando la punzada de felicidad que sentía al pensar que podría darle una oportunidad a Pine Gulch.

Ella se puso colorada.

—Sigue siendo una casa oscura y destartalada. No puedo hacer nada con el suelo de la cocina o con la vieja moqueta del salón, pero es mía y nadie puede quitármela.

Un comentario muy interesante que lo hacía sentir más curiosidad sobre su pasado. Pedro se preguntó de nuevo qué la habría llevado allí y por qué se aferraba a la vieja casa.

—Dame tu impermeable —dijo Paula—. Siéntate frente a la chimenea y caliéntate un poco las manos mientras yo preparo el chocolate.

—Aquí no tienes que atenderme, esto no es el Gulch. Yo puedo ayudarte a hacer el chocolate.

—No es el Gulch, pero es mi casa y tú eres mi invitado.

Sus dedos se rozaron mientras lo ayudaba a quitarse el impermeable y Pedro sintió un cosquilleo. ¿Se había fijado antes en la curva de sus pómulos, en el verde único de sus ojos? Era tan encantadora, tan guapa, que le gustaría quedarse allí un momento, con la chimenea chisporroteando y la nieve cayendo al otro lado de la ventana, sencillamente mirándola. Tomó su mano.

—Tienes las manos heladas.

Ella lo miró con los ojos muy abiertos y, mientras escuchaban el tictac de un reloj, algo ocurrió entre ellos. Podría dar un paso adelante y tomarla entre sus brazos para capturar esos generosos labios con los suyos. Tal vez no descubriría todos sus secretos de esa forma, pero sería un principio. Los troncos de la chimenea crepitaron y Paula parpadeó, como si saliera de un trance.

—Yo… voy a colgar el impermeable y a hacer el chocolate.

Pedro la siguió a la cocina, con sus muebles de madera oscura y sus anticuados electrodomésticos, que ella había intentado alegrar un poco con cortinas blancas y paños de colores. Incluso había colgado en la pared el cuadro de una casita rodeada por un bonito jardín.

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