miércoles, 26 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 74

—Hola.

—Hola —Pedro soltó la correa de Bobby y el animal entró en la casa como si fuera el dueño.

Paula sonrió, con los ojos brillantes mientras se inclinaba para acariciar su cabezota y el bulldog francés la miraba con total adoración.

—Gracias por traerlo. Gabi se va a llevar una alegría enorme mañana cuando lo vea bajo el árbol.

—No es el perro más guapo del mundo, pero en fin…

—Es adorable. Seguro que le encantará.

Pedro le quitó la correa y Bobby trotó por la habitación, olisqueando el árbol de Navidad. Al menos ya no parecía como si esperase encontrar a Alfredo.

—¿Quieres pasar? —le preguntó Paula.

Sí, pensó él, con una ferocidad que lo asustaba. Pero consiguió esbozar una sonrisa.

—Sí, claro. Gracias.

Paula cerró la puerta y, de inmediato, se sintió envuelto por el calor de la chimenea y el aroma a resina y canela.

—Dame tu impermeable.

Cuando sus manos se rozaron fue como si saltara una chispa. Le gustaría tanto besarla que no sabía cómo iba a contenerse. La última vez, Paula le había dicho que no podía ser. ¿Volvería a hacerlo? Ella colgó el impermeable en el perchero.

—¿Quieres algo… un chocolate caliente o un té? Me temo que no tengo nada más. Debería haber comprado una botella de vino o de champán, pero no se me ha ocurrido.

—No quiero nada, gracias.

Se miraron durante unos segundos en un incómodo silencio que ella fue la primera en romper:

—Siento mucho lo de mi madre y todo lo demás. Me siento fatal por haberte mentido.

Pedro sacudió la cabeza.

—Por favor, no te preocupes. Solo me gustaría que hubieras confiado en mí, así podría haberte ayudado antes.

—Debería haberlo hecho, es verdad —Paula suspiró—. Desde el día que nos conocimos has sido tan amble conmigo y con Gabi.

—La amabilidad no tiene nada que ver —esas palabras sonaron bruscas incluso a sus propios oídos, pero cuando Paula empezó a apartarse, nerviosa, Pedro intentó arreglarlo—. Perdona, ha sonado muy brusco. Lo que quería decir es…

—Sé lo que querías decir —murmuró ella, echándose en sus brazos.

Pedro la aplastó contra su torso mientras buscaba sus labios. Sabía a algo dulce y encantador… a chocolate y peppermint. Se besaron durante largo rato con una extraña sensación de familiaridad, como si llevaran esperando ese momento toda su vida. Cuando levantó la cabeza para mirarla y vió que tenía los ojos nublados y los labios húmedos estuvo a punto de besarla de nuevo. Intentó decir algo, pero tuvo que aclararse la garganta para encontrar su voz.

—Tengo que saberlo, Paula.  La última vez que nos besamos dijiste que no estabas interesada en una relación. ¿Sigues pensando lo mismo?

Ella no dijo nada durante unos segundos, como si estuviera intentando tomar una decisión, pero luego se puso de puntillas para besarlo de nuevo. Pedro rió sobre su boca, abrazándola y besándola con todas sus fuerzas. Paula respondía con tal pasión que tuvo que contenerse para no tumbarla en el suelo y olvidarse de todo. Pero era demasiado pronto. Él quería ir despacio y saborear cada momento, de modo que haciendo un supremo esfuerzo, se apartó, respirando agitadamente. Seguían en la entrada, se dió cuenta, sorprendido.

—¿Nos sentamos?

—Sí, claro —respondió Paula.

Pedro se tumbó en el sofá, llevándola con él y envolviéndola en sus brazos.

—¿Debo suponer que vas a darme una segunda oportunidad?

—No tenía nada que ver contigo —respondió ella, mirando el fuego de la chimenea y las luces del árbol.

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