miércoles, 19 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 59

—No esperaba que te marchases de Arizona con ella, desde luego. No recuerdo haberte dado permiso.

Aunque su parte racional sabía que Alejandra no querría llamar la atención sobre sí misma denunciando un delito falso cuando tenía muchos delitos verdaderos a sus espaldas, Paula no quería arriesgarse.

—¿Qué quieres?

Su madre se había encogido de hombros.

—Solo un sitio en el que alojarme durante unos días. Quiero pasar la Navidad con mis hijas. La familia es lo más importante, ¿No?

Paula tuvo que contenerse para no decir lo que pensaba de ella. Lo único que quería era perderla de vista y, al final, le dio la llave de su casa. Estaría allí en ese momento, probablemente hurgando entre sus cosas, buscando algo de lo que pudiera aprovecharse. ¿Qué iba a hacer? Cuando su turno terminó, se quitó el delantal, tomó su abrigo del perchero del almacén y volvió a casa a toda velocidad por las calles nevadas de Pine Gulch, intentando encontrar la forma de echar a Alejandra de allí. La encontró en la cocina, con uno de sus delantales, moviendo algo en una cacerola y con la radio puesta.

—¿Qué estás haciendo?

—Se me ha ocurrido hacer galletas de manteca de cacahuete. Siempre han sido mis favoritas y a Gabi también le gustan mucho.

Paula no recordaba haber visto jamás a su madre haciendo galletas. O ninguna otra cosa en la cocina.

—¿Cómo nos has encontrado? —le espetó.

Como era de esperar, Alejandra no se molestó en responder a la pregunta.

—¿Cómo puedes soportar toda esta nieve? Admito que está muy bien para un día, pero no entiendo cómo puedes soportarla durante meses.

—Dime la verdad, Alejandra, ¿Qué haces aquí? Y no me cuentes que has venido a pasar las navidades en familia porque no me lo creo.

—¿Por qué si no iba a venir, cariño? Echaba de menos a Gabi. Y a tí, por supuesto —su madre sonrió mientras añadía vainilla a la masa.

—Gabi está perfectamente y es feliz aquí. «Y no necesita que tú vengas a estropearlo todo».

—¿Tú crees?

Al escuchar esas palabras, de repente todo quedó claro. Paula miró a su madre, nerviosa.

—Ella se ha puesto en contacto contigo, ¿Verdad?

Alejandra abrió la boca como para negarlo, pero luego pareció pensar que era más ventajoso decir la verdad.

—Por lo visto, tomó prestado el móvil de una amiga del colegio para llamarme.

Ah, claro. Las niñas le habían regalado sus móviles cuando les contó que estaba enferma… Gabi debía haber pensado que si usaba su móvil ella podría sospechar y había encontrado otra manera de ponerse en contacto con su madre.

—Gabi sabe que esté donde esté siempre puede localizarme en el móvil si hay alguna emergencia.

—Yo no lo sabía. No me diste el número de tu móvil.

Alejandra se encogió de hombros.

—Llamó la semana pasada para decirme dónde estaba y, por supuesto, lo dejé todo para venir aquí.

Su hermana tenía nueve años, se recordó Paula a sí misma. La pobre no conocía otra vida más que la que Alejandra le había enseñado. Aun así, le dolió que la hubiera llamado a sus espaldas.

—La dejaste conmigo en Phoenix. Me utilizaste en un fraude hipotecario y no tuve más remedio que solucionarlo como pude para que no me expulsaran del Colegio de Abogados.

—¿Por qué iban a expulsarte? Tú no habías tenido nada que ver.

—¡Tuve que vender mi casa! ¡Me quedé sin un céntimo para pagar lo que tú habías robado!

Alejandra sonrió, conciliadora.

—Te compensaré, cariño. Tú sabes que…

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