lunes, 17 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 51

—No me importa, de verdad. Considéralo mi aportación al departamento de policía de Pine Gulch.

—Muy bien, gracias.

Mientras ella iba a la cocina, Pedro se quitó el impermeable y lo dejó sobre un sillón, al que Bobby saltó como si estuviera en su casa. Porque estaba en su casa, pensó entonces.

—Lo echas de menos, ¿Verdad, amigo?

El perro emitió algo entre un gemido y un suspiro antes de cerrar los ojos. Por curiosidad, Pedro tomó el libro que Paula había estado leyendo… y se quedó helado al ver que era un grueso tomo de Derecho. Sorprendido, entró en la cocina con el libro en la mano.

—Una lectura muy relajante para una noche de invierno.

Ella abrió la boca para decir algo y Pedro pensó que parecía asustada.

—Quiero convalidar mi título en el colegio de abogados de Idaho —dijo por fin, con tono desafiante—. Como parte del proceso de admisión, tengo que tomar unas clases obligatorias sobre las leyes y los procedimientos en este Estado.

Pedro se quedó sin habla. Todo lo que creía saber sobre ella acababa de irse por la ventana.

—¿Eres abogada?

—Sí, pero no puedo ejercer en Idaho hasta que complete el proceso de convalidación.

—¿Y qué hace una abogada de Arizona trabajando de camarera en un pueblo de Idaho?

Ella apartó la mirada, concentrando su atención en el plato que tenía delante.

—Es una larga historia. ¿Quieres pan?

Pedro tenía mucha experiencia en evasivas y sabía que a veces la mejor estrategia era la paciencia.

—Sí, gracias.

Paula calentó una barrita de pan en el horno y la colocó en un plato antes de sentarse frente a él.

—¿Vas a contármelo? —le preguntó Pedro por fin.

Ella suspiró.

—Cuando mi abuelo me dejó la casa, decidí que a Gabi y a mí nos vendría bien un cambio. Era una buena oportunidad para nosotras, nada más.

—¿Esa es la larga historia?

—La versión resumida.

Pedro intentaba reconciliarse con aquella nueva de Paula y se dió cuenta de que la imagen de abogada pegaba mucho más que la de camarera. Y también era lo bastante listo como para intuir que había mucho más que esa breve explicación.

—¿Y el padre de Gabi? ¿Qué sitio ocupa en esa historia?

Ella apartó la mirada.

—Ninguno. Su padre no es más que una nota a pie de página. Se marchó hace muchos años.

Eso alegró a Pedro más de lo que debería.

—¿Piensas abrir un bufete aquí?

—Ese es el plan. Pero aún tengo que terminar de pagar el préstamo universitario y no puedo meterme en más deudas.

Esa noticia lo hacía feliz. No que tuviese deudas sino que quisiera abrir un bufete en Pine Gulch.

—¿Qué tipo de Derecho practicas?

—Derecho civil. En Phoenix trabajaba en un bufete que llevaba sobre todo gestiones inmobiliarias. Imagino que en un pueblo como Pine Gulch tendría que practicar lo que hiciese falta.

—¿En Phoenix trabajabas en un bufete o tenías uno propio?

—Era socia de un bufete importante —respondió ella.

—¿Y te costó marcharte? Probablemente allí tendrías muchos clientes y una vida totalmente diferente a esta.

—Gabi y yo necesitábamos empezar de nuevo —respondió Paula, con voz firme.

Y, de nuevo, Pedro pensó que había algo más. Parecía tensa y no lo miraba a los ojos. Bobby gimió entonces, probablemente preguntándose por qué Alfredo Chaves no estaba por allí.

—No puedo creer que te quedases con el perro de mi abuelo —dijo ella, sacudiendo la cabeza.

—Temía que en la perrera no encontrasen a nadie que lo adoptase. No es un perro muy atractivo.

—No me había dado cuenta —bromeó Paula.

Feo o no, bajó una mano para acariciarlo y Grunt la olisqueó con considerable reserva. Pero enseguida pareció decidir que le caía bien porque sacó la lengua para lamer su mano, un gesto de aceptación que Pedro aún no se había ganado.

—En realidad, es adorable. A su manera.

Él enarcó una ceja.

—¿Te gustaría adoptarlo?

—¿Yo?

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