viernes, 7 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 32

La niña escapó a toda prisa de la cocina y Paula sacó el móvil del bolsillo para llamar al colegio.

—Hola, soy Paula Chaves. Mi her… mi hija Gabriela acaba de llegar a casa con un dolor de estómago. Por lo visto, no le ha dicho a nadie que se iba… sí, ya le he dicho que no puede hacer eso y le aseguro que no volverá a hacerlo. Solo quería decirles que está aquí y que se quedará en casa el resto del día.

—Dígale que beba muchos líquidos y descanse un poco —le aconsejó la secretaria—. Hay un virus en todo el colegio, tenemos cinco niños enfermos.

—Lo haré. Gracias, señora Gallegos.

Paula cortó la comunicación y se volvió hacia Pedro.

 —Aparentemente, hay una mini epidemia en el colegio.

—¿Debería llamar al centro de control de enfermedades contagiosas? —bromeó él.

—No, no creo que haga falta.

—Bueno, parece que tienes cosas que hacer, así que me marcho. Gracias por las galletas, por el chocolate y… por todo.

—Gracias por ayudarme a apartar la nieve.

—De nada. Pero me temo que dentro de unas horas tendrás que volver a hacerlo.

—Si estuviéramos en Phoenix no tendría que preocuparme de la nieve.

O del dolor de pies después de trabajar toda la mañana en el restaurante o de cómo iba a pagar las facturas y poner comida en la mesa después de que su madre se hubiera llevado todos sus ahorros. O de un policía guapo y perceptivo que la hacía desear olvidar sus problemas y echarse en sus brazos.

—Me alegro de que no estés en Phoenix —dijo él, con una media sonrisa. Y, a pesar del estrés y las preocupaciones, también ella se alegraba en ese momento.

Cuando Pedro se marchó, Paula volvió a la cocina para preparar unas galletitas saladas y un zumo de piña para Gabi. Aunque había dos dormitorios libres en la segunda planta, la niña había elegido una habitación en el ático, seguramente para alejarse de ella todo lo posible. Becca llamó a la puerta y, después de una larga pausa, Gabi respondió por fin:

—Entra.

Cuando recibió su primer cheque en el Gulch, Gabi y ella habían ido a Idaho Falls a comprar un bote de pintura malva y un edredón de colores para que la habitación tuviese un aspecto más acogedor. A pesar de sus esfuerzos, Gabi no había hecho prácticamente nada para poner el sello de su considerable personalidad en la habitación. Aparte del edredón y la capa de pintura, seguía teniendo un aspecto abandonado y aburrido. Pero Paula lo entendía bien. Dada su experiencia con Alejandra, Gabi no esperaba que se quedasen allí mucho tiempo. ¿Para qué iba a molestarse en decorar una habitación si su madre la había llevado de unas a otras desde que era niña?

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó, dejando la bandeja sobre la mesilla.

—Bien.

Paula puso una mano en su frente y no le sorprendió que la niña se apartase. Gabi no tenía intención de encariñarse con ella como no tenía intención de acostumbrarse a la casa.

—No tienes fiebre.

—No, ya estoy mejor. Seguramente habrá sido algo que comí.

Paula se preguntó si guardaría golosinas en los cajones como hacía ella de pequeña. Tenía que guardar comida para no morirse de hambre porque Alejandra solía estar muy ocupada con sus estafas y sus novios y no se acordaba de un detalle tan insignificante como dar de comer a su hija.

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