viernes, 28 de febrero de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 2

Paula no estaba segura de qué le había dicho exactamente a Josefina al llamar para decir que iba de camino.

—Al final ha terminado debajo de un toro. No sé si eso ha sido antes o después de que el otro perro le pisoteara.

El veterinario apretó la boca.

—Un perro joven no tiene por qué andar correteando suelto cerca de un toro peligroso.

—Tenemos un rancho de ganado en River Bow, doctor Alfonso. Estos accidentes ocurren.

—No deberían ocurrir —respondió él antes de darse la vuelta y volver a entrar en la consulta.

Ella lo siguió y deseó que el doctor Harris estuviera allí. El viejo veterinario se había encargado de todos los perros que ella había tenido, desde su primer border collie, Sami, que aún tenía. El doctor Harris era su amigo y su mentor. Si hubiera estado allí, le habría dado un abrazo con olor a linimento y a caramelos de cereza, y le habría prometido que todo saldría bien. El doctor Pedro Alfonso no se parecía en nada al doctor Harris. Era desagradable y arrogante, y ya le caía mal. El veterinario la miró con una mezcla de sorpresa y desagrado al ver que lo había seguido desde la sala de espera hasta la consulta.

—Por aquí es más rápido —explicó ella—. He estacionado junto a la puerta lateral. Pensé que sería más fácil transportarlo en una camilla desde ahí.

Él no dijo nada, simplemente salió por la puerta lateral que ella había señalado. Paula fue tras él, preguntándose cómo el reino animal de Pine Gulch sobreviviría sin la compasión y el cariño por el que era conocido el doctor Harris. Sin esperarla, el veterinario abrió la puerta de la furgoneta. Mientras ella miraba, fue como si de pronto un hombre diferente se hiciera cargo de la situación. Sus rasgos severos parecieron suavizarse y hasta pareció que sus hombros se relajaban.

—Hola, muchacho —le susurró al perro desde la puerta abierta del vehículo—. Te has metido en un buen lío, ¿Verdad?

A pesar del dolor, Luca respondió al desconocido intentando agitar el rabo. No había sitio para ambos en el asiento del copiloto, de modo que ella se acercó al lado del conductor y abrió la puerta para ayudar a sacar al animal de allí. Para cuando quiso hacerlo, el doctor Alfonso ya había colocado otra manta debajo de Luca y tenía los bordes agarrados. Se fijó en que tenía las manos grandes, y la marca blanquecina en un dedo, que indicaba que en otra ocasión había llevado anillo de boda. Sabía algo de él gracias a los cotilleos que circulaban por el pueblo. Era difícil no enterarse cuando se alojaba en el hotel Cold Creek, regentado por su cuñada, Laura, casada con su hermano Iván.

Laura normalmente no chismorreaba sobre sus huéspedes, pero la semana anterior, durante la cena, su hermano David, que como jefe de policía se encargaba de averiguarlo todo sobre cualquier recién llegado al pueblo, la había interrogado con tanta maestría que probablemente Laura no supiese qué cosas había contado. Gracias a esa conversación, Paula había descubierto que Pedro Alfonso tenía dos hijos, una niña y un niño, de nueve y cinco años respectivamente, y que era viudo desde hacía dos años. A todo el mundo le resultaba un misterio por qué había decidido instalarse en un pueblo tranquilo como Pine Gulch. Según su experiencia, la gente que aparecía en aquel rincón perdido de Idaho, al refugio de las Montañas Rocosas, estaba buscando algo o huyendo de algo. Se recordó a sí misma que aquello no era asunto suyo. Lo único que le importaba era cómo tratase a los perros. A juzgar por cómo movía las manos sobre las lesiones de Luca, parecía competente e incluso cariñoso, al menos con los animales.

—Muy bien, Luca. Tú quédate quieto. Buen chico —le dijo al animal con voz calmada—. Ahora vamos a moverte. Tranquilo.

Le pasó a ella la camilla a través de la cabina de la furgoneta y después agarró de nuevo la manta para hacer el traspaso.

—Voy a levantarlo ligeramente y así podrá deslizar la tabla por debajo. Despacio. Sí. Así.

Paula tenía experiencia en trasladar animales heridos. Años de experiencia. Le molestaba que la tratara como si no supiera nada sobre ese tipo de emergencias, pero no le pareció el momento adecuado para corregirle. Juntos llevaron la camilla hasta la consulta y dejaron al perro sobre la mesa. No le gustaba el dolor que veía en los ojos de Luca. Le recordaba mucho a la mirada de Apolo, el pequeño beagle de su hermano Iván, después del accidente de coche que había estado a punto de acabar con su vida. Se recordó a sí misma que ahora Apolo era feliz. Vivía con Iván, con Laura y con sus dos hijos en casa de él, junto al comienzo del cañón de Cold Creek, y se creía el rey del mundo. Si Apolo había podido sobrevivir a eso, no veía razón por la que Luca no pudiera hacer lo mismo.

—Tiene una perforación bastante fea. De al menos dos o cuatro centímetros de profundidad. Me sorprende que no sea más profunda.

Eso era porque había conseguido poner a Luca a salvo antes de que Festus terminara con él.

—¿Y la pata? ¿Puede salvarla?

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