viernes, 28 de febrero de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 1

—Vamos, Luca. Vamos, amigo. Aguanta.

El limpiaparabrisas quitaba la nieve del cristal mientras Paula Chaves recorría las calles de Pine Gulch, Idaho, en una tormentosa tarde de diciembre. Habían caído solo unos centímetros de nieve, pero las carreteras resultaban peligrosas al estar resbaladizas. Por un momento se arriesgó a levantar la mano del volante de su furgoneta para acariciar al animal lloroso que iba sentado en el asiento del copiloto.

—Ya casi hemos llegado. Te pondrás bien, te lo juro. Aguanta, amigo. Solo unos minutos más. Eso es todo.

El pequeño border collie la miró con una confianza que no merecía, ella frunció el ceño y se sintió culpable. Las lesiones de Luca eran culpa suya. Debería haberlo vigilado. Sabía que el cachorro era muy curioso y que no solía hacerle caso cuando se proponía investigar algo. Paula estaba trabajando en el problema de la obediencia, y habían hecho avances las últimas semanas, pero un momento de desatención podía ser desastroso, como había quedado demostrado en la última hora. No sabía si sería irresponsabilidad o arrogancia por su parte al pensar que entrenarlo ella sola sería suficiente. En cualquier caso, debería haberlo mantenido alejado del redil de Festus. El toro era un animal con mal genio y no le gustaba que los pequeños border collies se acercaran a husmear en su terreno.

Alertada por los ladridos de Luca y después por los gruñidos furiosos del toro, Paula había llegado corriendo justo a tiempo de ver como el viejo Festus golpeaba a Luca con las patas traseras, lo que había provocado la rotura de algún hueso. Apretó el volante con fuerza y maldijo en voz baja cuando el último semáforo antes de llegar al veterinario se ponía amarillo cuando ella estaba aún demasiado lejos para cruzarlo. Estuvo casi tentada de saltárselo. Incluso aunque la detuvieran por saltarse un semáforo en rojo en Pine Gulch, probablemente podría librarse de la multa, teniendo en cuenta que su hermano era el jefe de policía y comprendería que se trataba de una emergencia. Sin embargo, si la paraban, supondría un retraso inevitable y no tenía tiempo para eso. La luz del semáforo cambió al fin y ella aceleró sin dudar. Finalmente llegó al edificio donde se encontraba la clínica veterinaria de Pine Gulch y estacionó la furgoneta junto a la puerta lateral, pues sabía que desde ahí tardaría menos en llegar a la consulta. Pensó en entrar ella misma con el perro, pero a su hermano Federico y a ella ya les había costado un gran esfuerzo ponerle una manta debajo y trasladarlo hasta el asiento de la furgoneta. Decidió que los de la clínica podrían sacar allí la camilla.

—Voy a pedir ayuda —le dijo acariciándole el cuello a Luca—. Tú aguanta aquí.

El perro gimoteó de dolor y ella se mordió el labio con fuerza mientras intentaba controlar el miedo. Quería a aquel perrito, aunque fuese un cotilla. El animal confiaba en ella para que cuidara de él, y Paula se negaba a dejarlo morir. Corrió hacia la puerta delantera e ignoró el aguanieve que le golpeaba la cara a pesar de llevar el sombrero puesto. Sintió el aire caliente al abrir la puerta.

—Hola, Paula —dijo una mujer con pijama verde mientras corría hacia la puerta—. Has tardado poco desde River Bow.

—Hola, Josefina. Puede que haya infringido algunas normas de tráfico, pero es una emergencia.

—Después de que llamaras, he advertido a Pedro de que venías y cuál era la situación. Está preparado. Le diré que has llegado.

Paula esperó y sintió el paso de cada segundo a medida que pasaba el tiempo. El nuevo veterinario llevaba solo unas semanas en el pueblo y ya había hecho cambios en la clínica. Tal vez estuviera siendo pesimista, pero le gustaba más cuando el doctor Harris llevaba la clínica. La zona de recepción parecía diferente. El alegre amarillo de las paredes había sido sustituido por un blanco aburrido, y el viejo sofá y las sillas habían dado paso a unos bancos modernos cubiertos de vinilo. En un rincón había un muestrario de regalos navideños apropiados para veterinarios, incluyendo un enorme calcetín lleno de juguetes y un hueso de cuero gigante que parecía sacado de un dinosaurio. Lo más significativo era que antes la recepción estaba abierta, pero ahora se ocultaba tras un medio muro con la parte de arriba de cristal. Desde un punto de vista eficiente, tenía sentido modernizar, pero a ella le gustaba más el aspecto acogedor y desgastado de antes. Aunque en aquel momento no le importase nada de aquello, teniendo a Luca en la camioneta, herido y probablemente asustado. ¿Dónde se había metido el veterinario? ¿Estaría haciéndose las uñas? Solo había pasado un momento, pero cada segundo era vital. Justo cuando estaba a punto de llamar a Josefina para ver por qué tardaban tanto, se abrió la puerta de la consulta y apareció el nuevo veterinario.

—¿Dónde está el perro? —preguntó abruptamente, y a ella le pareció ver a un hombre moreno de ceño fruncido vestido con un pijama azul.

—Sigue en mi furgoneta.

—¿Por qué? No puedo tratarlo ahí.

—Sí, eso ya lo sé —contestó Paula intentando sonar civilizada—. No quería moverlo. Temo que se le haya podido romper algo.

—Creía que había sangre de por medio.

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