miércoles, 19 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 60

—¡Yo no sé nada de eso! Jamás me has compensado por nada de lo que has hecho. No quiero que vivas aquí y Gabi tampoco. Por fin, la niña tiene un hogar estable y alguien que cuida de ella.

Su madre hizo una mueca.

—¿Llamas acogedor a esto? Es horrible.

Aunque ella había pensado lo mismo cuando llegó, de repente Paula estaba dispuesta a defender la casa de su abuelo. La casa que había sido un refugio para Gabi y para ella cuando no tenían dónde ir.

—A esta casa no le pasa nada que no se pueda solucionar con un poco de cariño. Estamos en ello, por cierto. Además, ese no es el asunto. La cuestión es que Gabi está bien, va al colegio, tiene amigas. No puedes aparecer así de repente para confundirla otra vez…

—Me llamó ella —le recordó Alejandra.

—Eso da igual. Gabi…

«Está aquí», pensó, al oír el ruido de la puerta.

—¿De quién es el coche que está en el camino?

Paula no tuvo oportunidad de responder antes de que su hermana entrase en la cocina.

—¡Mamá!

—¡Cariño! —Alejandra se limpió las manos en el delantal para abrazar a Gabi, pero la niña no le devolvió el abrazo. Se quedó inmóvil, con las manos a los lados —¿Qué haces aquí? —le preguntó.

—Tú me llamaste, cielo. Me dijiste dónde estabas y pensé que eso significaba que querías que viniese a verte.

Gabi miró a Paula con gesto compungido.

—Solo quería saber si te había pasado algo y decirte que nosotras estábamos bien. Pero no pensé que vendrías.

—Es Navidad, cielo. ¿Dónde iba a querer estar más que con mi hija… con mis dos hijas?

Paula tuvo que hacer un esfuerzo para no soltar un bufido. Ella llevaba doce años sin pasar las navidades con su madre. E incluso cuando vivía con Alejandra, jamás las celebraban.

—Vamos a pasarlo de maravilla, Gabi. Podremos cantar villancicos y… mira, estoy haciendo galletas.

—Ya.

—Y podremos abrir juntas los regalos de Navidad. ¿No te alegras de que vayamos a estar juntas?

—Sí, bueno… —murmuró Gabi, con esa expresión indescifrable que tanto preocupaba a Paula.

El resto de la tarde fue muy incómodo, con Alejandra mostrando un exagerado entusiasmo por todo salvo por la casa. Le encantaban los copos de nieve de algodón que Gabi había hecho para el árbol. Adoraba el espumillón y no se cansaba de mirar los calcetines que Paula y Gabi habían colgado frente a la chimenea… Aparentemente, no se daba cuenta de que ni Gabi ni Paula compartían su entusiasmo. O tal vez le daba lo mismo. Paula no tuvo oportunidad de charlar con su hermana a solas hasta después de cenar, cuando Monica se instaló en uno de los dormitorios libres, poniendo cara de asco al ver la cama y las cajas que aún no habían tenido tiempo de abrir. Gabi se metió inmediatamente en la ducha, como si quisiera evitar sus preguntas, pero ella esperó hasta que la oyó cerrar el grifo. Pensó que estaría en su habitación, pero la encontró sentada en el suelo del salón, iluminado solo por las luces del árbol que Pedro había llevado y decorado con ellas. Y esas luces reflejaban sus lágrimas.

—Cariño… —Paula la abrazó, maravillándose una vez más de que aquella niña le importase tanto cuando prácticamente acababa de conocerla.

Gabi permaneció inmóvil durante unos segundos, pero luego se dejó caer sobre su pecho y a Paula se le hizo un nudo en la garganta cuando le echó los brazos al cuello.

—Lo he estropeado todo —empezó a decir, sorbiendo por la nariz—. Lo siento, Pau. No pensé que vendría.

Ella pasó una mano por su pelo.

—No es culpa tuya. Alejandra es imprevisible.

—No debería haberla llamado.

Paula no iba a mentirle fingiendo que todo estaba bien.

—Desde luego, complica las cosas. Pero no pasa nada, lo arreglaremos.

—Va estropearnos las navidades.

—Si no la dejamos, no.

—¿Me lo prometes?

La confianza que había en la voz de su hermana dejó a Paula sorprendida.

—Te lo prometo —le dijo. Aunque no sabía cómo iba a cumplir su palabra.

Alejandra había ido a Pine Gulch por alguna razón, eso seguro. Y las razones de su madre nunca eran buenas.

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