lunes, 17 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 54

—Muy bien: «Márchate, llévate tu perro y no vuelvas por aquí». ¿Es eso lo que quieres?

Paula sentía una punzada de dolor en el pecho, pero intentó recordar las tácticas que su madre le había enseñado para esbozar una sonrisa.

—Yo no lo diría así, pero…

Pedro la miró en silencio durante unos segundos y Paula vió, consternada, que el brillo de sus ojos se apagaba.

—Vamos, Bobby, volvemos a casa.

Cuando abrió la puerta, un golpe de viento helado la hizo temblar. Pedro la miró por última vez y luego bajó los escalones sin decir una palabra más. Aunque estaba helada, no encontraba energía para cerrar la puerta y se quedó allí, mirándolo a la luz de las farolas, sintiendo que su corazón se rompía en mil pedazos. Cuánto le gustaría que las cosas fueran diferentes. ¿Por qué no podía tener una vida normal, un hogar propio en lugar de aquella casa deprimente? ¿Por qué no podía ella tener un novio, un perro, el trabajo que tanto le gustaba? En lugar de eso, tenía una hermana a la que había hecho pasar por su hija y una madre que era una estafadora sin escrúpulos. Y acababa de decirle adiós a un hombre maravilloso porque temía que descubriese sus mentiras. Paula se llevó una mano al estómago. Su infancia la había marcado de tal forma que temía no tener nada que darle a un hombre como Pedro Alfonso. De no ser así, le habría contado la verdad sobre su madre, sobre tantos años de dolor y miedo y sobre la vida que se había forjado para sí misma hasta el día que Alejandra y Gabi aparecieron en Phoenix. Suspiró, el frío de la noche helándola hasta los huesos y por fin se obligó a sí misma a cerrar la puerta. Había decidido decirle adiós y tendría que vivir con eso. ¿Qué otra cosa podía hacer? Tenía que concentrarse en hacer que Gabi disfrutase de unas fiestas tradicionales que no había tenido nunca. Además, un hombre no se moría por un ego herido. Ni por un corazón roto.




Pedro no sabía qué le pasaba. Solo sabía que sentía un dolor en el pecho y una tristeza tan profunda que ni siquiera las fiestas lo ponían de buen humor. Estaba sentado en el coche patrulla, a la puerta del restaurante, deseando con todas sus fuerzas no tener que entrar. Podía ver a Paula por la ventana charlando con los clientes, sirviendo platos, tomando pedidos. Se movía con la gracia con la que lo hacía todo y estaba tan guapa que no podía apartar la mirada, como un niño mirando el sol, aun sabiendo que era malo para él. Hubiera ido a cualquier otro sitio para hablar sobre la maldita intersección porque, aparentemente, el alcalde no podía dormir hasta que estuviera solucionado, pero Montgomery había insistido en que se vieran en el Gulch. Había sugerido ir al Renegade, una taberna a las afueras del pueblo, pero no sirvió de nada. Incluso habría preferido reunirse con él en el coche patrulla, pero el alcalde insistía en que comieran juntos en el Gulch. No quería entrar, pensó, sintiéndose como un tonto. No la  había visto desde el lunes por la noche, dos días antes, cuando ella le dejó bien claro que no quería una relación. Se decía a sí mismo que no había hecho un esfuerzo consciente por evitarla, pero en su corazón sabía que era así.

Pedro no esperaba que todas las mujeres cayeran rendidas a sus pies, pero había creído que entre Paula y él había algo especial. Y, desde luego, no tenía por costumbre besar a una mujer que no quería saber nada de él. Evidentemente, su instinto con las mujeres era un desastre. Marcela lo había engañado y la última chica con la que quiso tener una relación lo había dejado por otro. Pero ella no era Easton. Y no estaba equivocado, Paula sentía algo por él; lo había notado en sus besos, en el brillo de sus ojos cuando lo miraba. Pero, por alguna razón, no quería saber nada de él. No podía dejar de preguntarse si seguiría enamorada del padre de Gabi, aunque ella le había dicho que el tipo había desaparecido tiempo atrás. Suspiró. Las razones daban igual; ella le había pedido que se marchase y él no tenía más remedio que aceptar. Y, aunque le gustaría evitarla, en un pueblo tan pequeño como Pine Gulch eso era imposible. Le gustase o no, tarde o temprano tendría que verla.

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