viernes, 21 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 62

Alejandra torció el gesto, como si el comentario la hubiese herido en el alma. Podría haber sido una actriz de Hollywood si hubiera decidido usar su talento para eso. Era una gran actriz, por eso era capaz de convencer a los más cándidos para que le diesen su dinero.

—No sé a qué te refieres —respondió, abriendo el envoltorio de un caramelo.

—Te conozco bien y sé reconocer las señales. Estás tramando algo que tiene que ver con Gabi.

—¿Por qué dices eso?

Paula tuvo que apretar los dientes.

—Porque te conozco muy bien. Olvidas que yo estuve en el sitio de Gabi hace años, hasta que pedí la emancipación. Ya está bien, Alejandra. Gabi y yo somos felices aquí. La niña tiene amigos, lo pasa bien en el colegio… incluso estoy pensando adoptar un perro.

—¿No me digas?

—Aquí está segura y no voy a dejar que te la lleves. La quiero demasiado como para dejar que sigas destrozando su vida.

En cuanto pronunció esa última frase, Paula apretó los dientes. Había sido un error táctico. Era un error dejar tan claro que quería proteger a Gabi porque Alejandra se aprovecharía de esa información. Habría sido mejor fingir que Gabi le importaba un bledo, que era una carga para ella.

—Estás imaginando cosas —su madre hizo una mueca de dolor, tan falsa como todo en ella—. No sé por qué siempre eres tan rápida en acusarme. Solo he venido a pasar las navidades…

—No estarás pensando estafar a alguien de Pine Gulch, ¿Verdad?

La expresión sorprendida de Alejandra pareció genuina en aquella ocasión.

—¿Aquí? No, no, de eso nada. Aprendí una buena lección en Pine Gulch.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que no tengo buenos recuerdos de este pueblo. Cuando tu padre murió, me puse en contacto con tu abuelo para pedirle ayuda. —Monica frunció los labios en un gesto que la hacía parecer la mujer de cincuenta años que era—. Y él amenazó con pedir tu custodia legal, el viejo imbécil… yo no iba a dejar que eso pasara, así que juré no volver nunca. Pero cuando me quedé embarazada de Gabi, unos conocidos necesitaban que alguien les echase una mano para hacer un trabajito aquí.

—¿Un trabajito?

—Bueno, ya sabes. El dinero que me ofrecían estaba bien, pero al final todo resultó un desastre. Lo único que hice fue echar una ojeada durante un par de días y, por suerte, pude irme del pueblo antes de que las cosas se pusieran feas. Tú sabes que a mí no me gusta la violencia.

Paula no estaba interesada en los cuentos de Alejandra, lo único que quería era proteger a su hermana.

—Gabi es feliz aquí —repitió—. ¿No crees que la niña merece tener una vida normal?

—Gabriela no es como tú, Paula. Tú siempre quisiste una vida normal y mírate ahora, trabajando de camarera en un restaurante en medio de ninguna parte. No puedo creer que una hija mía sea feliz haciendo eso, pero la verdad es que nunca te he entendido. A Gabi, sin embargo, le gustan las aventuras.

—Te recuerdo que tengo que trabajar de camarera por tu culpa —dijo Paula—. Y también que Gabi es feliz aquí, aunque esté en medio de ninguna parte.

Su madre se levantó, sonriendo mientras tiraba el papel de caramelo al cubo de la basura.

—Si eso fuera cierto no me habría llamado. Buenas noches, cariño, que duermas bien.

Y luego salió de la cocina, dejando a Paula con una sensación de pánico en la boca del estómago.

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