miércoles, 5 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 30

Aquello no podía estar pasando. No podía estar besando al jefe de policía de Pine Gulch en la cocina de su abuelo, mientras la vieja nevera hacía ruidos y el viento lanzaba nieve hacia el porche. Todo parecía magnificado, los sabores, los olores. Pedro sabía a chocolate y a hombre. Olía a jabón y a un aftershave con algo de almizcle. Pedro Alfonso hacía que una mujer se sintiera segura y querida entre sus brazos. Exploraba su boca como si quisiera saborear cada milímetro, como si no tuviera intención de descansar hasta que conociese todos sus secretos. Y ese beso la encendió hasta el punto de que no podía pensar en nada más. El calor de su cuerpo parecía envolverla en un capullo y le gustaría quedarse allí, en sus brazos, hasta que no pudiera sostenerse de pie. Podía sentir los latidos de su corazón… aunque tal vez era el suyo, a mil pulsaciones por minuto. En toda su vida, jamás había pasado de cero a cien tan rápidamente. Y, de algún modo, había sabido desde el primer día que si besaba a Pedro sería una experiencia inolvidable, un beso con el poder de hacerla olvidarse de todo lo demás. No sabía cuánto tiempo habían estado besándose, podrían haber sido días, pero el reloj de la chimenea dio la hora y, de repente, Paula recuperó el sentido común. Haciendo un esfuerzo, se apartó, intentando que no viera que lo único que deseaba era seguir entre sus brazos. Pedro la miró, respirando agitadamente.

—De nuevo, no ha sido premeditado.

Paula había besado a otros hombres. Incluso había estado comprometida durante tres meses, pero nunca se había sentido tan alterada por un beso. Tragó saliva, recordándose a sí misma que era una mujer adulta, una competente abogada en un bufete de Phoenix. Solo había sido un beso y no debería hacerle perder la cabeza de ese modo. Lo inteligente sería poner las cosas en perspectiva.

—¿Ha sido un beso de buenos vecinos o de «Vamos a meternos en la cama ahora mismo?»

Sorprendido por su franqueza, Pedro soltó una carcajada.

—Si tenemos que ponerle una etiqueta, ¿Qué tal si lo llamamos «Hay algo entre nosotros y estaría bien ver dónde nos lleva»?

Era una tentación. Pedro Alfonso era el tipo de hombre con el que Paula había soñado desde que tuvo edad suficiente para distinguir entre los hombres de verdad y los niñatos con los que su madre se relacionaba. Decente y amable, adoraba a su familia y parecía un hombre sensato y trabajador. Por no decir que era uno de los hombres más guapos que había visto nunca. Pero había un millón de razones para no querer averiguar dónde podía llevarlos aquello. En cierto modo, casi prefería irse a la cama con él. Incluso podía imaginarse a sí misma con las piernas entrelazadas en su cintura, sus cuerpos cubiertos de sudor…


—Mira, te agradezco que me hayas ayudado a retirar la nieve y también que trajeras el árbol. Estás siendo muy amable con Gabi y conmigo, pero si quieres que sea sincera… en fin, nuestra situación es complicada y no es buen momento para mí.

Vió un brillo en sus ojos, pero lo ocultó rápidamente, de modo que no podría decir si era decepción, pena o sorpresa. Por fin, Pedro asintió con la cabeza.

—Muy bien. Tal vez cuando te hayas asentado un poco más podrás pararte para mirar alrededor y ver si te gusta el paisaje.

—Tal vez —dijo ella, permitiéndose imaginar por un momento cómo sería una relación con Pedro.

Más besos increíbles como aquel, alguien en quien apoyarse durante las frías noches de diciembre… Una delicia. Y si las circunstancias fuesen diferentes, nada le gustaría más. ¿Pero cómo iba a mantener una relación con el sheriff de Pine Gulch cuando Gabi y ella estaban viviendo una mentira? Antes tendría que contarle la verdad sobre ella, sobre Gabi y sobre Alejandra… y si hacía eso Pedro no querría saber nada de ella.


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