miércoles, 26 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 75

Pedro asintió con la cabeza. Estar con Paula llenaba un vacío en su corazón; un vacío que había intentado llenar de otras maneras, siempre sin éxito.

—Lo sé.

—Si quieres que te diga la verdad, temía que te acercases demasiado. Desde el primer día me di cuenta de que eras un hombre con el que podía contar, pero… es que no he tenido muchos de esos en mi vida.

Pedro la besó suavemente, pensando en lo que debía haber sufrido de niña con una madre como Alejandra. No quería ni imaginarla con dieciséis años, intentando buscarse la vida en un mundo que no solía ser amable con nadie. Gracias a su fuerza de voluntad, se había forjado una vida y un futuro. Había estudiado y trabajado hasta conseguir un puesto en un prestigioso bufete y luego, debido a su innata honradez, había tenido que dejarlo todo para empezar de nuevo.

—Yo estoy aquí ahora —murmuró—. Y si no te importa, no pienso irme a ningún sitio.

—Lo sé.

Pedro hizo una pausa, con las palabras que nunca le había dicho a una mujer en la punta de la lengua. Y, aunque el instinto le decía que tuviese cuidado, por una vez no le hizo caso. Paula era la mujer más valiente que había conocido nunca y él debía mostrar un poco de coraje.

—Será mejor que ponga las cartas sobre la mesa. Estoy enamorado de tí, Pau.

El eco de esas palabras pareció quedar colgando en el aire mientras ella lo miraba, en silencio, durante un momento que le pareció interminable. Como temía, había hablado antes de tiempo… Pero entonces ella sonrió, las luces del árbol de Navidad reflejándose en el rostro de aquella mujer que lo afectaba como no lo había afectado ninguna otra.

—Me alegro mucho —le dijo—. Sobre todo porque yo siento lo mismo por tí.

Paula lo besó de nuevo y él la aplastó contra su pecho, deseando estar así durante los próximos cincuenta o sesenta años. Para empezar. Nunca había soñado siquiera que pudiese ser tan feliz. Alejandra había desaparecido de su vida, tenía la tutela, o al menos el inicio del procedimiento de tutela legal, de Gabi y tenía también a aquel hombre fuerte y maravilloso que la abrazaba como si no quisiera soltarla nunca. La palabra «feliz» no podía explicar lo que sentía. El viejo reloj de la chimenea dió la hora entonces; un sonido suave en medio de la tranquilidad de la noche. Curiosamente, creyó notar la presencia de su abuelo y deseó de nuevo haber tenido la oportunidad de conocerlo. Una larga y complicada jornada la había llevado hasta allí, pensó, pero no cambiaría nada de esa jornada. El reloj dejó de sonar y miró los copos de nieve cayendo suavemente al otro lado de la ventana.

—Es medianoche —susurró—. Feliz Navidad, Pedro.

—Feliz Navidad.

Él la besó de nuevo, su cuerpo cálido y sólido haciendo que se sintiera totalmente segura y a salvo.

—Debería irme —dijo luego—. Tienes que dormir.

—No, no te vayas.

Pedro enarcó una ceja y Paula se ruborizó.

—No quería decir eso. Bueno, es lo que quiero, pero aún no. Quiero decir…

Riendo, Pedro besó su frente.

—Sé lo que quieres decir.

—Tengo que hacer de Santa Claus y colocar los regalos para Gabi bajo el árbol. Quiero que todo esté perfecto —sonrió—. Sus primeras navidades… —Paula se mordió los labios entonces—. Sé lo que sientes por las navidades y lo entiendo, ¿Pero podrías quedarte un rato para ayudarme?

—Nada me gustaría más —respondió Pedro, con una sonrisa en los labios—. Bueno, se me ocurren un par de cosas, pero por el momento esto valdrá.

La ayudó a sacar los regalos del sótano, donde los había ido escondiendo a medida que los compraba, y fueron más viajes de los esperados. Paula se sorprendió al ver el montón de regalos que había ido coleccionando durante las últimas semanas. Mientras colocaban los paquetes bajo el árbol y colgando de sus ramas, se enamoraba un poco más de él. Si eso era posible. Cuando terminaron de colocar los regalos, dieron un paso atrás para ver el efecto.

—Creo que me he dejado llevar. Pensé que la pobre Gabi no iba a tener nada, pero… ¿Tú crees que son demasiados regalos? Son poca cosa, nada caro.

—A mí me parece perfecto. Gabi dará saltos de alegría.

Bobby se acercó a los paquetes y empezó a olisquearlos, mirándolos como si fueran para él.

—Si se quedase ahí toda la noche sería perfecto —bromeó Paula.

—No creo que eso sea posible —Pedro sonrió mientras acariciaba su cara—. Estás contenta, ¿Verdad?

—Sí, mucho. Nunca había tenido unas navidades de verdad. Para mí solo eran unas fechas que había que soportar, pero este año es diferente —Paula hizo una pausa y, por alguna razón, sus ojos se llenaron de lágrimas—. Es maravilloso, las navidades más perfectas de mi vida.

—Estoy completamente de acuerdo —murmuró él, estrechándola entre sus brazos mientras las luces del árbol titilaban, la nieve caía sobre las calles de Pine Gulch y un perrillo feo los miraba con una sonrisa de aprobación.






FIN

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