lunes, 10 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 39

Paula se saltó un punto, el cuarto en una hora. Diana hacía que pareciese muy fácil, pero para ella era básicamente una pesadez. Aunque estaba decidida a terminarlo, sobre todo para demostrarse a sí misma que podía hacerlo. Quince minutos después, se saltó otro punto. «Porras». Metió la aguja de croché en el hueco, un truco que Diana le había enseñado para intentar arreglar los puntos, pero era desesperante. Aunque solo eran las nueve, sabía que debería irse a la cama. Aquel había sido su día libre, pero debía estar en el Gulch a las seis y media para el turno de desayunos. Otro día de pie sirviendo cafés. Solo faltaba una semana para Navidad y lamentaba no tener más regalos para Gabi. Una bufanda tejida a mano por ella sería tan triste… En fin, tenía algo de dinero y tal vez podría comprarle libros y alguna cosita pequeña. Seguramente, eso animaría un poco a su hermana.

Paula  miró hacia arriba. Gabi se había ido a la cama una hora antes, diciendo estar agotada, pero ella no lo creía. Le ocurría algo, estaba segura. No parecía encontrarse mal, pero durante el fin de semana se había portado de una forma extraña; alegre un momento, como si guardara un secreto que solo conocía ella, y luego reservada y seria. Parecía haber perdido el apetito y ni siquiera había querido hacer galletas caseras. Hacía lo que podía para sacarle la verdad, pero sus dotes de persuasión parecían estar oxidadas. Gabi insistía en que no pasaba nada, que el colegio iba bien, que tenía nuevas amigas. Sus esfuerzos por sacarle algo más no habían dado resultado. Aparentemente, se le daba tan mal ser una figura materna como tejer. Suspiró mientras levantaba la bufanda para verla a la luz. No estaba mal, aunque había algunos puntos sueltos. Igual que al cuidar de Gabi, hacía lo que podía. El resultado no era perfecto, pero al menos estaba intentándolo.

Volvió a tomar las agujas, pero cuando iba a seguir tejiendo oyó un golpecito en la puerta. El reloj de la repisa decía que eran las nueve y media. ¿Quién podría ir a visitarlas tan tarde? Aunque aquello era Pine Gulch y no un barrio peligroso de Phoenix, Paula seguía siendo recelosa. Al fin y al cabo, vivía sola con su «hija» y todos los que iban al Gulch lo sabían. Dejando el punto sobre la mesa, se acercó a la puerta sin hacer ruido, deseando tener otra aguja como arma de defensa. Como solo tenía la de croché con la punta roma y no parecía particularmente eficaz, tomó un paraguas del paragüero. No iba a dejar que nadie le hiciese daño a Gabi. Después de apartar la cortina que ocultaba el cristal emplomado de la puerta para ver quién era, dejó el paraguas en el paragüero, nerviosa al ver al sheriff en el porche. Mientras ponía la mano en el picaporte recordó la noche que Alejandra la había sacado por la puerta de atrás de un edificio de departamentos en Kansas mientras la policía entraba en el portal… Pero ella no estaba haciendo nada malo, se recordó a sí misma. Y Pedro era un amigo, o lo más parecido a un amigo que tenía en Pine Gulch aparte de los Archuleta. De modo que abrió la puerta y lo primero que notó fue que estaba nevando otra vez. Y luego notó que él parecía tenso, como disgustado por algo.

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