miércoles, 19 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 58

Paula enarcó una ceja.

—¿Estás vigilándome?

Pedro no pensaba morder el anzuelo.

—No, pero suelo observar las cosas que ocurren a mi alrededor y me he dado cuenta de que te disgustaba su presencia.

—No, no es que me ha sorprendido. Era mi madre, que ha venido a pasar las fiestas con Gabi y conmigo. Maravilloso, ¿Verdad?

Evidentemente, la presencia de la mujer no la complacía en absoluto. Su madre, pensó Pedro. Por eso su cara le había parecido tan familiar. ¿Pero por qué no se alegraba de que hubiera ido a Pine Gulch?

—Gabi se alegrará mucho de ver a su abuela, ¿No?

—Sí, claro —respondió ella mecánicamente antes de darse la vuelta.

Y, aunque era una locura, Pedro alargó una mano para tomarla del brazo.

—Sé que lo he dicho antes, pero deja que lo repita: puedes pedirme ayuda para lo que quieras. Sin ataduras, no espero nada a cambio.

En sus ojos le pareció ver un brillo de anhelo, pero Paula lo ocultó de inmediato.

—¿Por qué iba a necesitar tu ayuda? —le preguntó, con esa fría sonrisa que Pedro estaba empezando a odiar, antes de volverse hacia otro grupo de clientes.

Paula no podía pensar con claridad. Apenas sabía lo que estaba haciendo durante el resto del turno, mientras tomaba pedidos y servía platos. ¿Cómo las había encontrado su madre? Ella no había descubierto que su abuelo le había dejado una casa hasta después de que Alejandra se hubiera ido de Phoenix y había tenido mucho cuidado de ocultar su rastro. Ninguno de sus vecinos y amigos sabía dónde estaba. Pero había temido que ocurriera desde el principio, por supuesto. Alejandra no podía tener en mente nada bueno, estaba segura. ¿Qué podía querer? ¿Se atrevería a estafar a alguien en Pine Gulch? Su experiencia con ella le había enseñado que era más que posible. Si había algo de dinero que robar en Pine Gulch, Monica encontraría la manera de ponerse en acción. Y no podía dejar que lo hiciera, se dijo, intentando contener un ataque de pánico. Si Alejandra robaba los ahorros de los ciudadanos de Pine Gulch, Gabi y ella no tendrían ningún sitio al que ir. Cuánto habría deseado poder mandar a su madre a paseo cuando apareció en el restaurante. ¿Y cómo había sabido que trabajaba allí? No tenía ni idea, pero la cuestión era que había aparecido diciendo que necesitaba un sitio en el que alojarse y, aunque le hubiese gustado mandarla al infierno, no pudo hacerlo.

—He visto un coche de policía en la puerta. ¿Quién es? —le había preguntado Alejandra, mirando alrededor—. Ah, seguro que es ese tan guapo de los ojos verdes. Pero no lleva uniforme, ¿Por qué? ¿Es un detective?

—Es el sheriff de Pine Gulch —había respondido ella.

—Ah, perfecto. ¿Qué diría ese sheriff tan guapo si yo le contase que has secuestrado a mi hija? Puedo ser muy convincente y tú lo sabes.

Paula se había echado a temblar porque la sabía muy capaz.

—Yo no he secuestrado a Gabi, tú la dejaste en Phoenix y desapareciste sin decir dónde ibas. ¿Qué querías que hiciera?

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