viernes, 14 de febrero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 47

—Estoy empezando a saberlo.

Ella se aclaró la garganta, nerviosa. Había tal atracción entre ellos que Pedro no podía creer que nadie más se diera cuenta. Por fin, Paula apartó la mirada y estuvo a punto de tropezar en su prisa por alejarse de allí.

—Necesitamos de inmediato una señal de Stop en las cuatro esquinas de la intersección, ¿Estás de acuerdo? —le preguntó el alcalde.

Pedro hizo un esfuerzo por concentrarse en la conversación, aunque no podía dejar de pensar en Paula. Unos minutos después, vió que ella miraba su reloj antes de dirigirse a la mesa de Gabi para recordarle que debía ir al colegio. La niña hizo un puchero y, de repente, parecía a punto de ponerse a llorar. Pobrecilla, pensó. Era comprensible que no quisiera ir al colegio…

Antes había intentado decirle que era un alivio para él saber que no estaba enferma, pero la niña puso tal cara de susto al verlo que prefirió no decir nada.  La pobre había empezado a tartamudear mientras intentaba explicarle por qué había mentido. Estaba tan disgustada que incluso le pidió perdón por haber engañado a Abril. Decidió no echarle un sermón; en lugar de eso, le contó que su hermano David y él una vez habían intentando engañar a sus profesores haciéndose pasar el uno por el otro. Lo que había empezado como una broma, había terminado siendo el peor día de su vida porque sus padres los castigaron sin salir de su habitación en una semana. La pobre niña se había reído de la historia, pero evidentemente lamentaba lo que había hecho. Le dijo que a veces las cosas que nos parecen más difíciles al final no lo son tanto y que quitarse una tirita de un tirón era mejor que hacerlo despacio. No lo pasaría bien en el colegio ese día, pero lo superaría tarde o temprano. En cierto modo, la comprendía. Él sabía lo que era lamentar algo con toda tu alma. Tras la muerte de sus padres, había esperado que Luciana y sus hermanos lo odiasen por el papel que, sin saberlo, había hecho en el asesinato. Si Marcela Bodine no lo hubiera engatusado, habría estado en el rancho esa noche… No sabía si hubiera podido impedir que los matasen, pero desde luego habría hecho todo lo posible. En lugar de eso, estaba de fiesta con aquella miserable mientras sus padres eran asesinados y su hermana pequeña quedaba traumatizada de por vida. Sin embargo, sus hermanos nunca lo habían culpado por ello y jamás le habían echado nada en cara. Él seguía sin entenderlo, pero lo agradecía profundamente. Intentó apartar de sí esos pensamientos mientras veía a Paula ayudar a Gabi a ponerse el abrigo y la mochila.

—Lo siento, cariño, pero tienes que hacerlo —murmuró ella mientras abrazaba a su hija.

Gabi exhaló un largo suspiro y se dirigió a la puerta como si fuera a enfrentarse con la horca. Pero tenía que pasar al lado de su mesa y Pedro, impulsivamente, tomó su mano.

—Todo va a salir bien. Una chica tan fuerte como para colocar un árbol de Navidad al primer intento puede hacer esto sin ningún problema.

Ella no parecía convencida, pero esbozó una sonrisa que le llegó al corazón.

—Gracias.

—De nada.

Cuando levantó la mirada, Paula estaba observándolo con una expresión indescifrable. Y luego, de repente, se volvió hacia la barra.

—Diana, ¿Te importa si me tomo unos minutos libres para llevar a Gabi al colegio? Está nevando mucho y no quiero que vaya sola.

—Claro que sí, no te preocupes —respondió la mujer.

Mientras Paula acompañaba a Gabi al colegio, Pedro y el alcalde terminaron su conversación y estaba solo terminando su tortilla cuando ella volvió, con expresión angustiada. Al verla tan contrita, sintió el ridículo deseo de tomarla entre sus brazos y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para contenerse. Paula le ofreció una sonrisa triste antes de entrar en el almacén para quitarse el abrigo y ponerse el delantal.

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