lunes, 23 de octubre de 2023

Irresistible: Capítulo 3

Le dedicó una sonrisa indulgente que no alcanzó sus ojos.


—No deberías jugar con esos palillos. Ya sabes que son antigüedades valiosas, amor. ¿Y si se te cayera uno y se te rompiera?


¿Cielo? ¿Amor? ¿Antigüedades? ¿Quién era aquel tipo? Aquello no tenía ningún sentido, pero el tono de su voz, su altura y su evidente fortaleza física habían empañado completamente sus sentidos. Todo lo que la rodeaba, sonidos e imágenes, pasó a un segundo plano en ese momento. Paula sólo tenía ojos para el hombre que tenía delante. Lo único que oía eran los latidos de su corazón, palpitando de confusión y atracción. Cuando el calor de su mirada dio paso a un ardor sensual, ella supo que él también había sentido la conexión que se había creado entre ellos. Aún tuvo que pasar un largo momento de silencio entre ellos. Ella no lo conocía, pero una voz en su interior le gritaba lo contrario, que siempre lo había conocido y siempre lo conocería.


—¿Me has echado de menos? —él le agarró el brazo levantado y lo llevó hasta su propia nuca, cubriéndole la mano con la suya, mientras su ira se apagaba y crecían la confusión y la atracción.


—Hum... Bueno...


—Bien —un beso en la frente y otro junto a los labios. Su aliento llevaba un toque de limón y jengibre.


Ella lo saboreó con la lengua. Él siguió el gesto con la mirada y sus pupilas se oscurecieron, pero después la miraron con alarma, y acercó los labios a su oído.


—¿Te llamas?


—Paula. Paula Chaves—apenas podía pensar en medio de aquella situación.


Era un caballero andante. Un rescatador que le había quemado la piel con su mirada y con la más leve de sus caricias. Sólo podía ser una persona, pero aquello no tenía sentido. No podía haberse molestado en volver. Cuando la gente cambiaba de vida como él lo había hecho, nunca volvían atrás. Y ella nunca podría sentir algo así por...


—Ah, la ayudante de Eduardo. Tenía que haberme dado cuenta — sus finos dedos le acariciaron la mejilla con exploratoria insistencia, algo que contrastaba con la distancia de su tono de voz.


Paula bajó las pestañas tras las gafas. Justo cuando creía que perdería la cabeza por completo e inclinaría la cara para apoyarla en su mano, él se detuvo y se apartó. Aclarándose la garganta, cambió su expresión por una calmada y decidida para enfrentarse al cuadro del abogado y la mujer codiciosa.


—Dile al abogado que se vaya, Teresa, como Paula te ha dicho. Entonces podrás ver a Eduardo. De otro modo, no tienes nada que hacer aquí.


Teresa gruñó de rabia.


—Es mi marido...


—En efecto, y tendrá una cuidadosa vigilancia a lo largo de toda su recuperación. ¿Lo comprendes?


Teresa y él se intercambiaron una mirada. La de él ardía de furia, la de ella... Recordaba otro tipo de calor. Paula se estremeció al ver impactar esas terribles miradas. Teresa se giró hacia el abogado y cambió sutilmente de tema.

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