lunes, 2 de octubre de 2023

Aventura: Capítulo 36

No supo si sentirse halagada por su interés o enfadada por el hecho de que la hubiera estado investigando. Ni siquiera supo si debía estar contenta por el regalo o irritada porque no había intentado ponerse en contacto con ella durante más de una semana. Pero al pensarlo mejor, lo tuvo claro. Se sentía halagada y estaba muy contenta. Tan contenta, que sacó el teléfono móvil, sacó una fotografía de la planta y la utilizó como cobertura gráfica de su siguiente anotación para el blog:" Entre tanto, esta planta, un thymus citriodoros aureus, ha llegado a mi mesa a la hora de comer. Es un recordatorio maravilloso del día que pasé con un hombre que encajaría en la prescripción de mi bisabuelo para curar los males del corazón. Un hombre alto y moreno, con ojos que te hacen olvidar hasta tu propio nombre y labios que embriagan. El tipo de hombre con quien merece la pena acostarse. Perfetto". Paula sonrió y se dijo que el comentario incomodaría bastante al director del instituto Maybridge. Después, subió a la Red dos fotografías de las que había hecho en el jardín de Pedro y añadió la de la mata de tomillo junto al geranio que le habían regalado sus antiguos alumnos. Por si Pedro volvía a leer el blog. Acababa de publicar el texto y las imágenes cuando sonó el teléfono.


–¿Dígame?


–Hola, soy Pilar.


–¿Qué quieres?


–¿Estás sentada?


–Sí… –contestó con incomodidad.


–Pues agárrate bien, porque estoy a punto de decirte algo que deberías saber. Algo sobre ese campesino que, algo que deberías saber. Algo sobre ese campesino que, según dices, no es peludo. 


–¿Está casado?


–No, qué va, no se trata de nada tan aburrido…


–Entonces, ¿De qué se trata?


–Tu amigo es conde.




Pedro estaba a punto de terminar un largo día de trabajo. Pero sus habilidades como viticultor no eran lo más interesante para la cooperativa de Isola del Alfonsp; lo que realmente multiplicaba las ventas era su título nobiliario. El día había empezado con un paseo por los viñedos, las instalaciones dedicadas a la producción y las cavas donde se guardaban los caldos. Después, habían continuado con una comida al aire libre y por último, al final de la tarde, había cenado con unos posibles compradores en el palazzo de Roma. Cuando el último de sus invitados subió al taxi que lo estaba esperando, se giró hacia Bella, que había hecho las veces de coanfitriona, y dijo:


–Gracias por tu ayuda.


–No hay de qué. Te debía una por lo de la semana pasada.


–Qué tontería. Ya sabes que te puedes esconder aquí siempre que quieras. De hecho, lamento haberme enfadado contigo.


Bella le tomó del brazo mientras volvían al interior del edificio.


–Tienes muchas responsabilidades, Pedro, y sé que entre Federico y yo te estamos complicando la vida. Además, ese comprador inglés era un encanto… Mañana voy a ir de compras con él.


–Bella… –le advirtió su primo.


–No es lo que parece. Es por hacerle un favor a su esposa – aseguró–. Pero le voy a ofrecer una experiencia que no olvidará. Aunque procuraré dejarlo con dinero suficiente para que pueda pagar el vino que te ha encargado.


–Está bien, te creo. Pero, ¿Cómo estás tú? ¿Has vuelto a hablar con Leandro? ¿O seguís sin dirigirse la palabra? –preguntó él mientras entraban en su despacho.


–Lo llamé por teléfono.


–¿Y?


Pedro se quitó la corbata y la dejó encima del ordenador. Bella se apoyó en el marco de la puerta. 

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