lunes, 16 de octubre de 2023

Aventura: Capítulo 62

 –Bueno, quién se podría resistir a un café y unas pastas –acertó a decir mientras abría la puerta–. Pero tendrás que esperar a que me duche…


–¿Sabes que dices unas cosas muy provocadoras, cara?


–Digo cosas normales y corrientes, pero tú las interpretas de forma provocadora.


Cuando llegaron al piso, ella dejó la bolsa de la fruta en la mesa de la cocina y dijo:


–Sólo tardaré unos minutos. Si te apetece, cómete una manzana.


–Espera…


–¿Qué ocurre?


Él le apartó un mechón de la cara y le puso las manos en las mejillas.


–Pedro, yo…


–Espera un momento.


A continuación, la besó. De forma lenta y delicada. De un modo radicalmente distinto al último beso que se habían dado.


–Te he echado de menos –continuó.


–Y yo a tí.


Paula estaba tan feliz que lo abrazó con todas sus fuerzas.


–Anda, ve a ducharte… –dijo él entre risas–. O el café se quedará frío.


Paula salió del cuarto de baño en un tiempo récord. Sólo llevaba un albornoz y una toalla que le envolvía la cabeza. Tenía tantas ganas de estar con él que no perdió el tiempo vistiéndose. O tal vez, no quiso estar vestida.


–Debo irme dentro de cinco minutos –le advirtió–. Los viernes por la mañana tenemos reunión de profesores y llevo poco tiempo en el colegio para atreverme a llegar tarde.


–Que sean diez. Mi chófer está abajo. Te llevará y estarás en el trabajo enseguida.


Ella rechazó la oferta porque no quería bajarse de un coche con chófer delante del colegio. Habría desatado todo tipo de especulaciones.


–No, gracias. Pero no importa. Camino deprisa. 


Desayunaron rápidamente. Paula se acababa de llevar una pasta a la boca cuando él se levantó, se puso a su espalda, le bajó un poco el albornoz y le empezó a dar un masaje.


–¿Qué estás haciendo? –preguntó Paula, atónita.


–Por si lo habías olvidado, te prometí café, pastas y un masaje.


Pedro le empezó a frotar la base del cuello y la parte superior de la espalda, hasta que Paula lo olvidó todo salvo el calor intenso que sentía entre los muslos. Pero el tiempo pasó muy deprisa y, por fin, él le volvió a subir el albornoz.


–Hasta esta noche, cara –se despidió.


–No sé si podré esperar tanto tiempo.


–Pero tú no puedes llegar tarde y yo tengo varias reuniones a las que asistir…

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