miércoles, 18 de octubre de 2023

Aventura: Capítulo 67

Italiano para principiantes.


"Me han invitado a la ópera. Lo cuento porque no quiero que piensen que dedico todo mi tiempo libre a ir de compras, devorar helados y hacer el amor con mi apasionado amante italiano. Además, la ópera es divertida. Aunque me han advertido de que en Tosca muere todo el mundo. Lo malo del asunto es que tendré que comprarme un vestido nuevo y unos zapatos de tacón muy alto. Ya me he comprado unas medias tan finas que parecen una segunda piel y, por supuesto, ropa interior a la altura de las circunstancias. Ni siquiera sabía que todavía fabricaran corpiños. Me he comprado uno de color negro, que se cierra a la espalda con un montón de ganchitos. Parece salido de una novela histórica, pero muy sexy".


Pedro la llamaba todas las noches o le enviaba mensajes escritos en italiano. Cuando Paula no entendía algo, lo buscaba en el diccionario; pero cada vez lo entendía mejor. Entre otras cosas, porque había empezado a estudiarlo en una academia. Él le sugirió que leyera el periódico todos los días para acostumbrarse al idioma; y todos los días, cuando iba a trabajar, ella se detenía en un quiosco y compraba la prensa. Siempre se fijaba en las revistas del corazón que se acumulaban en los estantes. Y siempre lo lamentaba porque Bella estaba en todas las portadas. Los paparazzi se estaban cebando con ella y con su esposo.


El viernes por la mañana, cuando volvió de correr, descubrió que Pedro la estaba esperando. No lo esperaba hasta el sábado, pero le preguntó qué hacía allí. No quería perder el tiempo con conversaciones. Lo tomó de la mano y lo llevó al piso, donde se desnudaron y se metieron en la ducha, juntos. Sólo entonces, lo saludó.


–Hola. 


Aquella tarde, después del trabajo, vió que Pedro le había dejado un regalo en la mesita que se encontraba junto al sofá. Era una caja azul atada con un lazo blanco. La caja contenía dos pendientes largos, con forma de espiral, que a primera vista le parecieron de plata y que luego, al mirarlos con más detenimiento, resultaron ser de oro blanco. Se dirigió al dormitorio con intención de probarse los pendientes y sacó el teléfono para llamarlo y darle las gracias. Pero no fue necesario. Él seguía allí, en la cama, desnudo bajo los rayos del sol, profundamente dormido. Con cuidado para no despertarlo, dejó el teléfono y los pendientes en el tocador, se quitó la ropa y se metió en la cama con él. Salieron de Roma a primera hora del sábado, cuando el sol acababa de salir, y se dirigieron a Isola del Alfonso.


–¿A tu abuela no le importará? –preguntó ella, nerviosa.


–¿Por qué le iba a importar? –dijo, sin apartar la vista de la carretera–. Aunque me temo que tendrás que dormir en la habitación de invitados.


–Oh, no…


–No te preocupes por eso. Podemos huir y hacer el amor en el jardín, donde nadie nos pueda ver.


–Como Lucía y Alberto. Mi bisabuelo la besó en aquella tapia y luego hicieron el amor en la hierba. Por última vez. Antes de volver con su esposa y con un hijo al que no había visto nunca. 

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