viernes, 13 de octubre de 2023

Aventura: Capítulo 56

 –Hay muchas cosas que no he publicado en el blog.


–¿Cosas sobre los antiguos romanos?


–Todo tipo de cosas. Además, qué importa… No lo lee nadie.


–Lástima. Horacio me gusta mucho –comentó–. Pero me extraña lo que dices. Seguro que Alberto, tu bisabuelo, lo lee.


–No, ni siquiera mi madre. De hecho, dudo que hayan llegado a entrar a la página web de mi antiguo instituto. Sólo lo hago porque el director me extorsionó.


Pedro arqueó una ceja.


–Me extorsionó metafóricamente –puntualizó ella–. Gerardo Morgan estaba preocupado por la posibilidad de que la gente pensara que se había librado de mí para que Tomás pudiera volver. Ten en cuenta que el instituto tiene un historial magnífico en materia de deportes. Y todo se lo deben a Tomás.


–De modo que ese hombre está utilizando tu blog para cubrirse las espaldas.


–Sí, más o menos. Pensó que si alguien sacaba el tema, podría mencionar el blog y alegar que yo seguía trabajando para el instituto y para mis ex alumnos. Incluso podía decir que volvería el curso que viene.


–Pero no vas a volver.


Paula sacudió la cabeza.


–No, no voy a volver. 


–Supongo que los echarás de menos. Y a tus amigos.


–Por supuesto, pero no tanto como pensaba. Estoy disfrutando de mi trabajo en Roma –declaró con una sonrisa–. Además, Morgan ha decidido borrar mi enlace de su página web porque subí un texto que le incomodó.


–¿Un texto que le incomodó? –preguntó, sorprendido.


–Sí, algo que le pareció poco apropiado. Me temo que tiendo a escribir con el corazón. No soy una mujer precisamente maquiavélica.


–Ah, las mujeres maquiavélicas…


Pedro la miró durante unos segundos que se le hicieron una eternidad y continuó hablando.


–Alégrate de no serlo. Yo he tenido la desgracia de encontrarme con un par de mujeres que encajan en esa categoría. Las dos fingieron amar. Una traicionó a mi familia y la otra, me traicionó a mí.


–Oh, Pedro…


–Yo era un niño cuando mi niñera vendió su historia a las revistas del corazón, pero no era tan pequeño como para no entender lo que ocurría. Fue muy duro. Me separó de todo lo que quería. Incluso mi madre se convirtió en una extraña para mí –le confesó, apartándose un poco–. En cuanto a la otra traición, fue más personal.


–¿Más personal?


–En efecto. Fingió estar enamorada de mí con tanta pasión y tanto convencimiento que no creí que fingiera hasta que me lo confesó. Hasta que me dijo a la cara lo que había hecho.


Pedro empezó a andar, pero Paula se quedó donde estaba.


–¿Y qué hizo? No puedes dejarlo ahí. Dímelo.


–¿Que te lo diga? –preguntó con tristeza.


–Sí, dímelo. Dime lo que te hizo. 

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