miércoles, 11 de octubre de 2023

Aventura: Capítulo 51

 –No. Se deprimiría mucho si supiera que falleció poco después de que él se marchara. Escribió a Lucía y le envió después de que él se marchara. Escribió a Lucía y le envió dinero cuando volvió a Gran Bretaña, pero siempre se ha sentido culpable por no haber hecho nada más. Cuando empezó la guerra, él estaba en la Universidad. Quería ser médico.


–E imagino que retomó los estudios.


–Sí. Además, tenía una vida hecha. Tenía esposa, familia… Todas las cosas que la guerra había interrumpido.


–Entonces, estoy de acuerdo contigo. No le digas nada.


Pedro se sintió como si le hubieran quitado un peso de encima. Le alegraba saber que su instinto no le había fallado con Paula. Sólo era una profesora británica que había ido al pueblo con la esperanza de recabar datos sobre una historia que formaba parte de la historia de su familia. Que ella y él hubieran coincidido más de sesenta años después, era simple y pura casualidad. Uno de los accidentes felices de la vida. Lucía había encontrado a Alberto igual que él había encontrado a Paula.


–Sin embargo, es obvio que, sin Lucía, tú y yo no estaríamos aquí –continuó él–. Cuando vuelvas a Isola del Alfonso, encenderemos una vela en su honor. Per amore. Per luce… Por amor. Por luz.


Paula no supo lo que pidieron para cenar. Sólo supo que estuvieron allí un buen rato, charlando sobre nada y sobre todo. Le habló de su infancia y de sus hermanos mayores que, a diferencia de ella, habían volado del nido cuando eran jóvenes y se habían asentado, respectivamente, en Canadá y Nueva Zelanda. Incluso le habló del jardín de su madre. Y le confesó que había ido a ver las abejas para decirles que se marchaba a Roma.


–¿Hablas con las abejas? –preguntó, divertido.


–Por supuesto que sí. Son de la familia. Si no les cuentas todo lo que pasa, se van y te abandonan.


–¿En serio?


–Bueno, puede que sólo pase con las abejas inglesas. Son algo insolentes –bromeó.


–No, ahora que lo dices, es posible que tengas razón. Nonna visita las colmenas cuando hay algo que le preocupa.


–Alberto hace lo mismo. Dice que las abejas escuchan.


–¿Lo de las abejas es una tradición de tu familia?


–Sí. Alberto puso las primeras colmenas después de la guerra. Supongo que lo hizo por el racionamiento, para tener algo más que comer.


Pedro asintió.


–Hablando de comida, ¿Quieres tomar algo más? ¿O prefieres que demos un paseo?


–Prefiero que demos un paseo.


Pagaron la cuenta, se levantaron y se alejaron calle abajo, de la mano.


–Cuéntame algo de tí, Pedro. O mejor aún, sigamos con el mismo juego de antes… Dime tres cosas que yo desconozca.


–Mi padre fue piloto de Fórmula 1. Aunque, si me has estado investigando, es posible que ya lo sepas. 

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