lunes, 9 de octubre de 2023

Aventura: Capítulo 46

 –¿Y esperas que me disculpe?


–No me estaba quejando… ¿Quieres que lo haga?


–¿Hacer qué? ¿Quejarte?


–O disculparme –se burló él.


Paula lo miró con humor.


–No, Pedro. Lo único que quiero de tí es lo que me puedas dar estando desnudo.


–Entonces, volvamos a la casa.


–Quiero un amante. Un hombre que me dé recuerdos bellos que calienten mis noches en mi vejez. Recuerdos que espanten a mis nietos y que me arranquen una sonrisa cuando me esté muriendo.


–Definitivamente, volvamos a la casa.


Ella intentaba hablar con seriedad, pero no podía. Pedro le gustaba tanto que perdió la batalla y sonrió. A fin de cuentas, cualquier mujer habría sonreído al estar con un hombre que desconfiaba de lo que pudiera hacer si se quedaban a solas.


–¿Sabes que ya has pasado el examen de candidatos a amante italiano? Y con muy buena nota, debo añadir.


Él rió.


–Eres muy atrevida…


–¿En serio? Será por tu mala influencia. Me estás convirtiendo en una diva. 


–No, me he limitado a liberar la diva que ya llevabas dentro – puntualizó–. Interpretas el papel a las mil maravillas.


Paula parpadeó, coqueta.


–Si te estoy asustando, puedes apartarte de mí en cuanto quieras…


Pedro volvió a sonreír y dijo:


– Ésa, amore mio, es una oferta de la quizá te arrepientas.


Pedro la tomó de la mano y siguieron adelante. Había aceptado una invitación para cenar, pero los acontecimientos se estaban desarrollando de tal forma que corría el peligro de perder el control y hacer algo enormemente más peligroso que cenar. Desde el momento en que ella abrió la puerta, dejaron de ser posibles amantes y se convirtieron en amantes sin más. En cuanto la vió, su libido se desbocó por completo y ya no pudo pensar en otra cosa que hacerla suya. Por suerte, la caída del jarrón le había devuelto el sentido común y le había dado los segundos que necesitaba para apartarse del borde del precipicio. Y ahora, en mitad de su interpretación de mujer refinada y de mundo, Paula se ruborizaba de repente como una quinceañera y él descubría que su rubor le encantaba.


–¿Comprendes que una relación amorosa es un asunto de dos, Paula? No se trata simplemente de que yo te convenza de que puedo darte todo lo que necesitas. Tú tienes que convencerme de que merece la pena.


Ella lo miró con una expresión de desconcierto, pero reaccionó al instante.


–¿Cómo no va a merecer la pena? –contraatacó con naturalidad–. El sexo sin ataduras siempre merece la pena. 

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