miércoles, 25 de octubre de 2023

Irresistible: Capítulo 8

 —Has sufrido un ataque —la voz de Paula también temblaba ligeramente—. Si no te cuidas, podría repetirse, y ser peor —tomó una larga bocanada de aire y se inclinó para susurrarle al oído—. ¿Quién me lanzará esas pistas para que las adivine entonces? ¿Quién me llevará a tomar café los jueves o con quién discutiré yo de fútbol?


—Me... Gusta... El...Fútbol.


La voz de Paula se suavizó, emocionada.


—Pronto podremos volver a ver los partidos de fútbol en la televisión de tu despacho.


¿Cómo de unidos estaban su abuelo y su asistente? Antes de que Pedro pudiera considerar la pregunta, Eduardo se volvió hacia él. Sus ojos cansados lo observaron un rato, y después se ablandaron. El enfado fue sustituido por una leve aceptación.


—Puedes... Ocuparte... De todo... Mientras... Me pongo... Mejor.


Eso era todo lo que Pedro tenía que oír. Ignoró el brillo de expectación en los ojos de su abuelo y contestó:


—Me aseguraré de que todo va bien. Mientras, tú descansa.


Y con esas palabras, se puso en pie. Paula siguió sus movimientos con la mirada, examinó su traje gris y camisa a juego. Ni por un segundo desde que estaban en la habitación de su abuelo había conseguido quitársela de la cabeza completamente. Ahora su cuerpo estaba tenso de atracción por ella. Una enfermera asomó la cabeza por la puerta.


—¿Qué tal va todo?


—Eduardo está lúcido —sonrió Paula—. Se ha despertado y hemos hablado. Hablaba despacio, pero sabía lo que decía.


—Estupendo —la enfermera sonrió complacida, sin mirar siquiera a Pedro—. Se lo diré al médico.


—Ponte bien, Eduardo —Paula le dió un beso y después se retiró.


Pedor le apretó la mano.


—Hablaré con el médico para que te saquen de aquí. La seguridad no es lo suficientemente estricta para mi gusto.


Paula abrió la boca como si fuera a preguntarle algo, pero él sacudió un poco la cabeza, le puso la mano en la espalda y la condujo hacia la puerta.


—Aquí no —le susurró al oído.


Ella se estremeció, y la reacción, cálida y placentera, se extendió por el cuerpo de Pedor. Cuando se hubieron alejado lo suficiente de la habitación por el pasillo y Eduardo no podía oírlos, ella se volvió hacia él con los ojos brillantes.


—No hay ninguna necesidad de que te quedes más de un día o dos. Yo puedo encargarme de todo, como dije. ¿Y dónde crees que te vas a llevar a mi jefe?

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