miércoles, 4 de octubre de 2023

Aventura: Capítulo 42

 Italiano para principiantes.


"De niña, cuando estaba en el colegio, aprendí un poema sobre un viejo poeta romano llamado Horacio que salvó a Roma de un ejército invasor. He olvidado casi todo el poema, pero recuerdo una parte: «¿Cómo podría un hombre morir / mejor que afrontando un destino terrible / por las cenizas de sus padres / y los templos de sus dioses?». Me enamoré de Horacio. Y cuando esta mañana salí a correr, sucedió algo que me puso la carne de gallina: La niebla, teñida de rojo por la luz del sol naciente, se levantó de repente y reveló la presencia de un templo levantado hace milenios; de un templo que Horacio seguramente vió en toda su gloria".


Paula pasó una noche difícil. Una noche de nerviosismo y de dar vueltas y más vueltas en la cama, entre dormida y despierta, preguntándose qué diablos estaba haciendo con Pedro Alfonso. No se sentía libre para salir con él. Había tenido varios novios y amantes antes de conocer a Tomás, pero Tomás era el único hombre con el que había mantenido una relación seria y, en el fondo de su corazón, seguía pensando que era su chica. Que besar a Pedro y desearlo era una forma de traicionarle. Pero sólo lo pensaba cuando no estaba besando a Pedro. Porque cuando estaba con él o, simplemente, cuando charlaba con él, no podía pensar en nada más. Era como si todo su cuerpo estuviera centrado exclusivamente en su presencia, en cómo miraba, en cómo hablaba, en lo que le hacía sentir. Y le daba miedo.  Era muy intenso. A primera hora de la mañana, minutos antes de que empezara a amanecer, se puso una sudadera y unos pantalones cortos, ajustados, que no había usado desde que Tomás le desveló su afecto a Micaela. Llevaba una buena temporada sin salir a correr y el primer kilómetro se le hizo tan duro que casi no podía respirar. Pero al cabo de un rato, cuando el sol ya ascendía en el horizonte, encontró el ritmo adecuado, dió media vuelta y regresó a su casa cubierta de sudor y tan satisfecha que saludó con alegría a todos los vecinos con los que se cruzó en la escalera. Tras una ducha rápida, borró la entrada del blog que había escrito la noche anterior y lo remplazó por el texto sobre Horacio. Luego, se fue a trabajar. A la hora de comer, Pilar se acercó a ella y la miró con ojos entrecerrados. Llevaba un vestido negro, sin mangas, que Paula no le había visto antes.


–¿Sabes una cosa? Empiezas a tener el aspecto de una romana. Tienes ese brillo en los ojos –afirmó.


–¿Qué brillo?


–Uno muy particular. El de alguien que se siente propietaria de la ciudad.


–Oh, bueno… Es increíble lo que puede hacer un poco de ejercicio matinal.


Pilar se estremeció y dijo:


–¿Has salido a correr? Y yo que pensaba que esa alegría se debía a las atenciones nocturnas de un hombre atractivo…


–¿De qué hombre atractivo?


–Vamos, Paula. Estuve echando un vistazo por Internet y ví a tu amigo. Decir que es atractivo es quedarse corta.


–Lamento decepcionarte, Pilar, pero sólo estuvimos comiendo. Y volví a casa a las seis de la tarde.

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