lunes, 9 de octubre de 2023

Aventura: Capítulo 48

Paula le pegó un codazo.


–Eso tendría que haberlo dicho yo –protestó.


Él sonrió y la tomó del brazo.


–¿Qué más? ¿Cuál es la siguiente cosa que no sé?


–Que soy alérgica a las espinacas. Me ponen enferma.


–Qué horror; debe ser terrible para tí –se burló mientras la llevaba hacia un café.


–No lo sabes tú bien.


Al llegar al café, se sentaron. Él pidió una copa de vino y ella, un vaso de agua mineral. El camarero tomó nota y se marchó.


–¿Y la tercera cosa?


–Soy zurda.


Él sacudió la cabeza.


–Eso no vale. Ya lo sabía.


Paula lo miró con sorpresa.


–¿Lo sabías?


–Claro. Desde que te ví por primera vez en la tapia. Sostenías el móvil con la mano izquierda.


–¿Y qué? Podría haber sido casualidad…


Él sacudió la cabeza.


–No. Hace un rato, cuando te he dado el ramo de rosas, lo has agarrado con la mano izquierda –le recordó. 


–Pobres rosas… Debería haberlas recogido del suelo.


–Sabes perfectamente que, si nos hubiéramos quedado en tu piso, no nos habríamos dedicado a recoger las rosas.


Ella se ruborizó un poco.


–Sí, tienes razón.


–Pero volviendo al asunto del que estábamos hablando, has levantado la mano izquierda cuando te he besado y me has acariciado el pelo con la mano izquierda.


–Vaya, eres muy observador –dijo con admiración.


–Gracias.


Paula lo miró en silencio durante unos segundos y declaró:


–Cuando estábamos en mi casa, has dicho que no te fías de mí. ¿Por qué, Pedro?


Pedro no respondió.


–Soy profesora. Lo sabes muy bien. Me investigaste en Internet y sabes que no me lo he inventado. Pero a pesar de ello, dices que no te fías de mí.


–Eso no es todo lo que he dicho, Paula. También he dicho que no me fío de mí. Justo antes de besarte.


–¿Por qué, Pedro? ¿Por qué no te fías?


Él la miró y respondió con tanta sinceridad como pudo.


–Había pensado que, esta noche, cuando estuviéramos sentados junto al balcón de tu piso, disfrutando de la cena y de dos copas de vino como las personas civilizadas que somos, te contaría una historia sórdida y triste.


–¿Una historia sórdida y triste? –preguntó, sorprendida. 


–Sí, pero como al final no vamos a cenar en tu casa, supongo que será mejor que te la cuente ahora.


Ella bajó la cabeza, se miró las manos y declaró:


–No, no, espera.


–¿A qué?


Paula volvió a levantar la cabeza. Sus grises ojos se habían humedecido.


–Antes de que me cuentes tu historia, quiero decirte la tercera cosa que desconoces de mí. El motivo por el que fui a Isola del Alfonso. 

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