viernes, 27 de octubre de 2023

Irresistible: Capítulo 15

 —Bueno, a veces la llamo Gertie. Le queda bien, ¿No te parece?


—¿Cómo si no iban a llamar tres hermanas a un viejo escarabajo al que adoraban?


Cuando logró estacionar, después de tres intentos, casi perfectamente, junto al edificio de las oficinas Montbank, ella suspiró de alivio. Pedro le sonrió.


—Lo has hecho muy bien. Es mejor ir con cuidado hasta que adquieras experiencia.


Poco después, cuando se hubo recuperado del impacto de sus palabras de ánimo y de su sonrisa, Paula se dió cuenta de que ella también sonreía.


—Gracias.


Tal vez tenerlo allí no fuera tan terrible después de todo. Tal vez su presencia le ayudara a compartir la carga hasta que Eduardo se pusiera mejor. Si pudiera superar la atracción que sentía por él..



Mientras Paula sacaba del coche su cuaderno, su bolso, una taza y una enorme bolsa llena de plantas rescatadas de la estantería de saldos del supermercado, Pedro salió del coche. Su mirada se fijó en la bolsa de plantas. ¿Era delito que ella tuviera una debilidad por las plantas en apuros? Inmediatamente se puso a la defensiva.


—¿Pasa algo?


—En absoluto —él miró todas sus cosas, esbozó media sonrisa y sacudió la cabeza—. ¿Te ayudo?


—Puedo apañármelas —cerró el coche—. Siempre voy muy cargada.


—Dame unas cuantas cosas, entonces —él alargó los brazos, esperando que ella le cediera algo.


Ella volvió a sentir esos sentimientos en conflicto al ver sus manos... Las mismas manos que la habían acariciado antes, suaves y reconfortantes. Pero no se había obsesionado con sus manos, nada de eso.


—¿Paula? ¿Me pasas algo? —insistió él.


—Oh, sí insistes... —ella lo dejó cargar con una bolsa. Al fin y al cabo, no tenía nada que demostrar.


—Gracias —le respondió él con una sonrisa.


Cuando sus manos se tocaron, la chispa volvió a surgir. Ella empezó a pensar en todo tipo de imágenes indebidas relacionadas con las manos y sus mejillas se acaloraron porque acababa de darse cuenta de que no había logrado poner ni un centímetro de distancia entre ella y aquel hombre tan sensual.


—Algo me dice que va a ser un día muy largo —declaró ella mientras subían en el ascensor. Paula habría preferido las escaleras, pero no se podía acceder a ellas desde la parte exterior del edificio—. Me refiero a que tendremos mucho trabajo.


Las paredes de acero del ascensor les devolvían su reflejo,  Pedro Alfonso  y ella, y lo idílico de la imagen la hizo ponerse aún más nerviosa.

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