miércoles, 4 de octubre de 2023

Aventura: Capítulo 45

No dijo nada. No hizo nada. Se limitó a mirarla con aquellos ojos intensos y oscuros. Paula se sintió como si su mirada le acariciara la cara y los labios. Y lamentó haberse puesto el top de seda, porque en lugar de ajustarse sobre su cuerpo, la tela flotaba contra su piel y se la acariciaba de verdad, sacándola de quicio. Entonces, sin pronunciar una sola palabra, él le ofreció un ramo de rosas amarillas que había estado escondiendo.


–Gracias… –acertó a decir–. Pero entra, por favor.


Paula retrocedió, nerviosa, y se alejó hacia la cocina con el ramo. Una vez allí, abrió el grifo de la pila y estuvo a punto de meter la cabeza debajo del agua para recuperar el aplomo que había perdido con la aparición de Pedro. Sin embargo, se contuvo, llenó un jarrón y metió las rosas una a una. Olían muy bien.


–Son preciosas –dijo, cuando recuperó la voz–. Ah, y gracias por el vino y por las uvas… ¿No te quieres sentar?


Pedro sacudió la cabeza y se apoyó en el marco de la puerta, desde donde la miró durante unos instantes. Después, avanzó hacia ella, le puso las manos en la cintura, apretándose contra su cuerpo y la miró a los ojos.


–No me fío de tí. No me fío ni de mí mismo –declaró.


Luego, bajó la cabeza y la besó. La besó apasionadamente, con una ferocidad tan propia de depredador que Paula se habría asustado en otras circunstancias.  Pero el calor de sus besos hizo que la sangre le hirviera en las venas y se quedara a solas con el deseo que sentía por él. Era algo básico, físico, que no tenía nada que ver con promesas de amor, sueños de encaje blanco y felicidad eterna. Era un sentimiento primario y salvaje pero, por encima de todo, limpio. Y ella tomó aquel beso, lo devolvió con todo lo que tenía y se apoyó en Pedro como si la vida le fuera en ello, como si pudiera integrarlo en su propio ser. Por desgracia, él rozó la mesa con la cadera al intentar abrazarla con más fuerza y el jarrón cayó al suelo y se rompió. Durante unos segundos, él miró las rosas, los restos del jarrón y el agua. Luego, le pasó una mano alrededor de la cintura y dijo:


–Vámonos.


 –Pero…


–Vámonos. Ahora.


Apenas tuvo tiempo de alcanzar el bolso mientras él la llevaba hacia la puerta.


–¿Adónde vamos? –preguntó Paula cuando empezaron a bajar por la escalera.


–A cualquier parte. A donde sea. Lejos de aquí.


Al salir a la calle, él la soltó, se metió las manos en los bolsillos y dijo:


–Lo siento. ¿He sido demasiado brusco?


–No.


Pedro se detuvo y la miró.


–¿Seguro?


–Seguro. No lo digo por ser educada contigo –insistió. 


Él sonrió y siguieron andando. 


–Te creo. Las chicas educadas no besan como tú. No sé si te has dado cuenta, pero me has pegado un buen mordisco en el labio.


Paula se quedó sorprendida. Ni siquiera se había dado cuenta. Cuando estaba con él, perdía el control.


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